ANACAONA: LA PRINCESA GUERRERA
ANACAONA: LA PRINCESA GUERRERA
Existe la versión de que los españoles, a la llegada a estas tierras mesoamericanas, allá por los
finales del siglo XV y principios del XVI, nos trajeron todo un cúmulo de
buenas y excelentes enseñanzas de todas las ciencias, las tecnologías, las
artes y la religión católica, mismas que se desarrollaban en la Europa con
mucho esplendor. Lo cierto que eso era lo que informaban los conquistadores en
sus famosas Cartas de Relación, a fin de seguir teniendo el apoyo de la España
Imperial, a cambio de saquear todo el oro y la plata con destino al
sostenimiento de la Corona y repartirse aquí a su antojo las nuevas tierras
descubiertas.
Que bueno que sólo se
hubiese tratado de la rapiña desmedida y de la imposición de la religión, pero
la verdad es que, durante su estancia de los españoles en estas tierras, se dio
el peor de los genocidios y masacres humanas que se conocen dentro de la
historia universal, misma que se convirtió en la más vil de las esclavitudes de
hombres y mujeres que aquí existían. Esas Cartas de Relación no son otra cosa
que una serie de viles mentiras, pues nuestros antepasados fueron tratados no
sólo de animales sin razón, sino de idolatras. De eso y otras cosas más trata
el libro Anacaona y las tormentas.
El libro en cuestión es
una excelente recopilación de 27 narraciones orales, fruto de igual número de
relatos que se han venido transmitiendo de generación en generación hasta
nuestros días. Aquí, Luis Darío Bernal Pinilla, quien vive en Colombia,
dedicado a la promoción de la lectura y premiado por sus obras publicadas por
la Casa de las Américas, las agrupa en Anacaona y las tormentas (México,
1994, Ed. Fondo de Cultura Económica, 182 p.). Son 27 episodios de dolor,
tristeza, melancolía, sufrimiento, derrota; pero también de valor, fuerza,
coraje, triunfo y orgullo de pertenecer a un grupo de indios de la hoy Santo
Domingo (República Dominicana), que defiende con coraje el amor a su tierra, a
toda su gente y a sus dioses del cosmos. Lucha de liberación que le toca vivir
a la princesa guerrera Anacaona.
He aquí el inicio, he
aquí el final. “Anacaona levanta la cara. Decidida, con el paso firme de
siempre y el valor que jamás le ha faltado, la señora de Xaraguá se encamina,
seguida de sus hombres a la cita de [bienvenida] del Gobernador. Al entrar la
soberana, don Nicolás de Ovando se pone de pie. Lo custodian sus capitanes
Diego de Velásquez y Rodrigo Mejía. Mientras Anacaona y Aguaimota se acomodan,
una en el taburete, otra en el piso, los soldados de aprestan, Todos vuelven la
vista hacia el Gobernador, quien hace una caballerosa y gentil reverencia a la
princesa. El ambiente es pesado, el calor sofocante. Todo está listo para
comenzar la función: los 70 jinetes, sus lanzas de caña: los 200 infantes, sus
espadas y arcabuces…Los de Xaraguá, sus mentes cándidas, su indumentaria
simple, sus manos vacías, sus pieles bermejas, indefensas…”
[Entran a continuación aquí todos los relatos
de esta triste historia de dominación, misma que fue tomada de un poema épico
escrito en 1880 por Salomé Ureña de Henríquez, poetisa dominicana]
“Desde un costado de la
plazoleta el pueblo acompaña a su reina. Anacaona sube los tres escalones que
la separan de la plataforma; se ve derrotada pero no vencida, no gime ni se
queja. El verdugo se acerca a ella, le coloca la soga en torno al cuello, luego
la ayuda a subir a un taburete y templa la cuerda. Anacaona alza la cara por
encima del horizonte; contempla a su gente. El verdugo le quita el taburete. El
nudo se corre…”