Ars Scribendi

Árbol de Navidad

Comparte

Eran las once de la noche de ese 24 de diciembre. Mario Alberto alistó la mesa para la cena de Navidad como jamás antes lo hiciera, descorchó una botella de vino tinto y se sirvió la primera copa de licor; de dos sorbos la terminó y volvió a servir otro tanto, se sentó en un sillón de la estancia y se quedó observando detenidamente el árbol  de Navidad: las luces parpadeaban con un síntoma de melancolía que a él le estremecía el alma. El tañer de las campanas llamando a misa y el eco de algunos villancicos entonados por las pastorelas que organizaron los vecinos de esa Colonia también le trasmitían cierta nostalgia y tristeza.

Apenas transcurrían tres semanas desde que María Teresa, los niños y él habían ido a cortar su arbolito de navidad: una aventura en la campiña al contacto con la naturaleza bien valía la pena; en ese escenario rieron, cantaron y derrocharon energía, dejando fluir el pensamiento al aire libre en ese ambiente campirano en el que también otras familias se regocijaban en el disfrute de la época navideña. Mario Alberto avivaba en su mente los lugares en los que se aprisionaron los momentos en bellas postales.

El mozo les proporcionó un serrucho para que ellos mismos lo cortaran, haciendo más real la aventura campirana; al terminar la faena el peón se acomidió a acomodar el árbol en la canastilla de la camioneta. Después de algunos minutos de vadear la plantación de pinos, se detuvieron en el área de picnic, recogieron leña y con verdadero entusiasmo atizaron una fogata en la que asaron carne y se cobijaron momentáneamente del frío que hacía a pesar de que el sol brillaba en medio de un cielo azulado. En esa área disfrutaron de ese intercambio de emociones que sólo es posible alcanzar con la familia. De la cabaña del parque ecológico escapaban unas notas musicales con el tema: “Happy Xmas. War is Over”. Desde su juventud Mario Alberto fue admirador del ex Beatle y la canción le rozaba el alma. Regresaban a casa cuando la tarde se adormecía y la niebla empezaba a abrazar el pintoresco paisaje de cerros y montaña.

Mario Alberto sirvió la última copa y en su mente se dibujó la silueta de su amada esposa decorando con esmero el arbolito navideño: lo presentaba en un lugar y otro hasta que al fin dijo aquí se ve bien. María Teresa sonreía, sus hijos le acercaban las esferas, los farolitos y las luces y todo aquello que hacía falta; en cada espacio de la casa colocó flores de noche buena y adornos alusivos a dicha festividad.

Esa Navidad era una noche fría, Mario Alberto le daba calor con sus sentimientos que sentía hacia su esposa, madre de sus dos hijos y con la que juró vivir el resto de su vida. ¡A quien amar sino a la gente con la que se formó un hogar para compartir todo lo que se tiene! La noche avanzaba presurosa y a Mario Alberto comenzó a temblarle el cuerpo y su corazón bombeaba con fuerza.

A las doce de la noche lentamente se dirigió al árbol de navidad, allí estaban los regalos; para entonces sus hijos estaban junto a él y cada uno recibió su presente. Mario Alberto tomó el suyo y lo colocó sobre la mesa de centro, sólo quedaba el de María Teresa. Él lo sostuvo estremecido con ambas manos y con sus hijos salieron de la casa. La tristeza estaba presente en los tres. Apenas unos días antes de esa histórica fecha la maligna enfermedad repentinamente le arrebató a su esposa; en ese instante él le daba simbólicamente su regalo de navidad, abrazándola con sus íntimos recuerdos y elevando la vista al cielo en busca de la estrella más hermosa que iluminaba la noche. María Teresa les había dejado de regalo el más puro amor que en vida les profesó y la casa vestida con todos los detalles para celebrar la noche de navidad.

¡¡Feliz Navidad y próspero Año Nuevo a todos mis lectores!!!!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *