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Juan A. Morales.

 

¡Vaya contigo! Mira que haber consagrado tu vida a las Misiones Culturales. Y pensar que después de ti, ya no quedaron maestros comprometidos. ¿Sabes? Voy a hacer un boletín para que la sociedad sepa lo bueno que te resultó trabajar con las Escuelas Rurales —digo— pusiste a trabajar a los maestros. Les vendiste la idea de que no deben esperar nada del gobierno, sino partir de lo que cada comunidad tiene, poco, mucho o nada. Les infundiste la idea de generar una cultura local, propia, y no pensar abrevar solamente de la cultura ajena. Los guiaste para educar en el trabajo y para el trabajo. Les imbuiste la certeza de que nadie hará por la comunidad, lo que la comunidad debe hacer por sí misma. 

 

Creo que la difusión de tus ideas debe ser el trabajo fundamental de quienes laboramos en el Archivo General de la Nación. Te dedicaré un folleto. Con justa razón te llaman el padre de la Educación Rural. ¿Oye, cómo eres realmente? Las fotografías no te favorecen: alto y delgado, pero ¿el carácter? ¿Eres tímido? Cuando te veo recuerdo al maestro del que se enamoró mi madre.

— ¡Hola Gris! ¿Estás hablando sola?

— ¿Alicia? ¿Ahora te dedicas a espiarme?

— ¿Se puede saber qué tanto haces con ese archivo?

—Lo ordeno, clasifico y rescato la información. Este maestro Rafael Ramírez fue fabuloso.

—Sí, pero de él poco investigan. Mejor dedícate a la Guerra Cristera o al Tata Lázaro.

—No creas. Un tipo envió una solicitud, dice que quiere reivindicar su obra.

— ¿Gris, Gris? ¡Nos sea romántica! No sé por qué tienes esa fijación por los hombres viejos. Te veo en el almuerzo.

 

Mira Rafaelito, el tiempo maltrató los documentos y se deshacen al tocarlos ¿Sabes que el polvo del archivo contiene una bacteria adictiva que producen los hongos y genera alucinaciones? Algunos “curadores” utilizan tapabocas, pero es inútil, la bacteria alucinógena entra por todos los poros. A mí me place resoplar y formar nubecillas negras que me apartan de la realidad y me llevan a tiempos idos, a lugares ignotos ¡Qué bien te ves con ese traje relamido! En la fotografía estás poniendo en práctica la educación socialista. Vieras, en estos

tiempos que corren ya perdieron el apostolado los maestros. Fíjate que toman las calles para protestar por la “Deforma educativa”, que más bien es una Reforma Laboral, y la gente los aborrece y los culpan de todos los males capitalinos.

 

¡Maldito polvo, ya empecé alucinar! ¿Por qué siempre veo al hombre que amó mi madre? ¡Yo qué tengo que ver con las fijaciones de ella! ¿A caso amar al mismo hombre se hereda? Cuando veo su fotografía ¡Qué Pachuco! Zapatos de dos colores, traje zoot y sombrero Panamá. Ella a la moda. No salía a la calle sin maquillaje, el cabello ondulado y largo. Falda con vuelo y el cinturón ancho que resaltaba su cintura delgada. Fueron los reyes del danzón en el California Dancing Club, allá en la Portales, donde todos los lunes de 18:00 a 22:00 horas es tradicional bailarlo. — ¡Pero dígame caballero! ¿En qué puedo servirle? No. No me lo diga, déjeme adivinar. ¿Viene a investigar la vida y obra de algún personaje? Pero no me vea con tanta turbación. ¡Ah, ya me reconoció! Me parezco tanto a mi madre. A esa mujer que nació en 1973, treinta años después de usted.

 

Cuando era jovencita usted le dio clases de historia. ¡Ni se imagina! Fue usted su amor inconfesable. No tiene idea de la ansiedad que le producía esperar su cátedra, no por las tonterías de los griegos o los romanos, a los que usted amaba tanto, no. Mi mamá iba a su clase a verlo, no a escucharlo. ¡Ah! Y déjeme decirle que no le guarda rencor; pese a que la corrió dos veces de su clase. ¿No me dice nada? Ella me lo platicó. Usted la veía de reojo, y un día iracundo le reclamó —Sepa señorita, que en esta clase, el único que enseñan soy yo—. ¡Y todo porque abrió un poco más el compás! Pero también supe de buena fuente, que mi madre se parecía mucho a la primera mujer que usted amó. Mejor dicho, a la primera mujer de la que usted aprendió a amar. Supe que la primera vez que entró al salón y usted la vio, se quedó paralizado porque creyó que había reencarnado su amada Ivana, o pensó que mi madre era hija de ella. Es lógico, porque usted ya era betabel y mi madre la alumna de la Escuela Nacional Preparatoria. Y usted la apartó de su pensamiento corriéndola de su clase.

 

¡Pero no me enoja, al contrario, le admiro y respeto! ¿Ahora dígame sobre qué desea investigar? O piensa quedarse impávido como gendarme en invierno. Vamos, diga algo. Escuché decir a una compañera de mi madre, que su presencia en clase le turbaba, y que por eso renunció a dar clases. Y que después, siendo ya un ciudadano común, la buscó, se conocieron y se enamoraron. Sé que fue un romance breve, pero intenso, que recorrieron

todos los salones de baile, y que fueron campeones de Danzón en el Califa, que era popular, porque en el Salón México hacían distinción con sus tres pistas de baile: la Mantequilla para la clase social alta; la Manteca para la clase media y la llamada Sebo, para el pueblo. Sabes, tú y yo hubiéramos sido buenos amigos, sino es por el infarto que te dio a media pista. Lo publicaron todos los periódicos. Mi mamá se escondió mientras pasaba el escándalo, por eso no la identificó tu esposa, ni tus hijos. Y siete meses después nací yo. Sabes, esta historia me la ha contado mamá un millón de veces.

— ¡Gris! ¿Qué te pasa manita? Otra vez hablando sola…

— ¡Qué bárbara, Licha! Me asustaste. Estaba meditando en la obra del profesor.

— ¿Sigues con el Ramírez? Pues que bueno, porque ahí está un tipo, algo viejo para ser investigador, dice que solicitó información sobre Rafael Ramírez, pero te prevengo: es un tipo muy coscolino. 

—Buenos días Señorita. Solicité información sobre Don Rafael Ramírez Castañeda. ¡Vaya! No pensé que en este recinto umbroso, pudiera habitar un ángel —pero dígame— ¿cómo se las arregla Dios con los archivos celestiales?

—Licha, por favor. ¡Esfúmate!

—Te dejo Gris. ¡Y, mucho cuidado con tu ”investigación”!

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