Ars Scribendi

ATLÉTICA EN PUEBLO MÁGICO (A los atletas coatepecanos)

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Por: Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

 

 

 

 

Aquel domingo matinal, los barrios coatepecanos adormecieron su quietud provinciana. Por unos instantes se regocijaron en una esperada fiesta deportiva. El pueblo festejaba su bautizo; ocho años de ser nominado mágico: música, exposiciones fotográficas, flores y romería anunciaban la alegría y el júbilo de los naturales.

La mañana despertó bajo un cielo azul. La cuarta edición de la carrera nominada “Pueblos mágicos” cumplía su cita. Centenares de atletas agrupados e impacientes esperaban el disparo de salida. El nerviosismo de los atletas iba en aumento. Ahora sólo quedaba la oportunidad de demostrar su preparación física y mental. El sistema cardiovascular se fortaleció durante esas largas horas empleadas en arduos entrenamientos a campo traviesa e intervalos en la pista de arcilla. De estas disciplinas nació la seguridad, se fortaleció la voluntad y se acrecentó el valor para competir. ¿Rendirían frutos? La moneda surcaba los aires. Cada competidor estimulaba sus músculos. Prevenían con  el calentamiento alguna prematura lesión que los dejaría fuera de la competencia.

Algunos dejaban volar el pensamiento por ancestrales escenarios de la antigüedad. Fundamentaban su inspiración en los veloces heraldos; como si tuvieran alas en los pies, aludiendo a Aquiles o Hermes, recorrían en el seno de los parajes, montañas  y a orillas del mar enormes distancias portando en el alma una noticia. Tal y como lo hiciera trágicamente aquel valeroso soldado griego, quien, al momento de comunicar su mensaje, la vida se le escapó del cuerpo.

El reloj de la torre de san Jerónimo marcaba las siete de la mañana con treinta minutos. Los organizadores supervisaban los últimos detalles. Al fin, todo listo para la justa de diez kilómetros por el centro histórico de la ciudad. En este momento los nervios amenazaban con rebasar el estado emocional de los atletas. Espontaneo surgió el acento de una voz que alineaba al pelotón de corredores: “En sus marca, listos…”, y el disparo de salida sonó inmediatamente.

Cientos de atletas salieron en estampida. Los vistosos uniformes teñían de mil colores las calles. Cada uno se esforzaba por la mejor posición. Codo con codo y abriendo la zancada, con decisión, se abrían paso hacia adelante. En la ruta que marcaba los diez kilómetros estaban distribuidos los señalamientos y abastecimientos de agua.

Las banquetas atiborradas de gente, igual que el parque. Otras prefirieron mirar el espectáculo deportivo desde sus casas, a través de los grandes y nostálgicos ventanales. Pero todo mundo en esa sana fiesta coreaba a los competidores pedestres con porras, batucadas, aplausos, gritos y palabras de aliento; eso fue el bálsamo que impulsó al espíritu del sudoroso atleta a seguir adelante en pos de la meta.

Durante la competencia los minutos son eternos, castigan con agudo dolor el físico del atleta, lo ponen a toda prueba. Al que muestra debilidad le mutila sus aspiraciones. A este precio se cotiza el atletismo.

Cada instante que un atleta cruzaba la línea de meta, experimenta la emoción, la gloria, el placer y la satisfacción de cumplir su propósito. Mientras la carrera iba justificando su organización.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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