Especial

Camilito

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Juan A. Morales

 

Temprano se iluminó la peña del Cofre de Perote, pero el sol calentó una hora después. La “Consentida” abrió puntual. Edmundo, su propietario, se jactaba de hacer el mejor mondongo de la Bondojito, allá en el D. F., y plantó el puchero en un bracero y para que el menudo extendiera su picoso aroma a guajillo por el legendario salón, antaño, tienda de pueblo, con enormes anaqueles de madera y un mostrador a prueba de leñadores.

Edmundo y su esposa Luchita trabajaron para competir contra las cantinas tradicionales y clandestinas. Por su carácter ligero, en poco tiempo Mundo posesionó a la cantina como el ombligo del pueblo. Todo lo ocurrido se tamizaba en esa barra, antes que llegara a la redacción del Semanario Pinahuizapan, y los reporteros ya no correteaban la noticia, ésta acudía con puntualidad a la hora del amigo, y se matizaba tanto, que cualquier parroquiano que leía el periódico se sentía el protagonista.

A esa hora del lunes había poca gente, casi siempre los mismos trasnochadores del domingo, quienes pasaban por un mondongo y una cerveza para “entonarse”, e irse a trabajar. En eso llegó Camilo y misterioso se acercó a Luchita y preguntó por el compadre. Siendo un viejo conocido por trabajador, Luchita supuso que algo andaba mal; pero Camilito no dijo nada e insistió en hablar con Mundo —¿Por favor, Luchita, dígale que me ayude!—. La mujer recelosa preguntó por qué estaba tan conmocionado, humilde suplicó con esa sublime mirada de mar, porque Camilo y su esposa eran descendientes de aquellos refugiados que huyeron del largo brazo de Mussolini.

Edmundo se ocupaba personalmente del mondongo y gritó a Luchita —Déjalo pasar—. El viejo encaminó sus pasos y la mujer le vio la ropa revolcada y con señales de pelea, se preocupó porque la esposa, mucho más joven que Camilo, lo golpeó una vez porque se quedó a tomar, mientras ella y su hija vendían quesos casa por casa. El viejo desapareció en la trastienda. —Por favor, compadrito Mundo, ayúdeme—. Balbuceo mientras se aproximaba al Chilango para hablarle en secreto. —Anoche llegué a mi casa y me salió la Flaca— Edmundo lo vio divertido y adelantó la expresión —Y te agarró a trompadas la comadre Lupe—. Camilo bajó la mirada y prosiguió —No, mi santa mujer, no. Me encontré con la muerte—. El cantinero sonrió divertido —¡Espántame panteón!—. Y se anticipó a una posible estafa —¿Necesitas dinero?— El viejo se sobrecogió y cayó abatido en un banco. Estaba pálido y cesando. Mundo llamó a Luchita y le administraron una buena dosis de alcohol por vía oral y cutánea, hasta que reaccionó.

—¿Qué Pachuca por Toluca?—. Preguntó el chilango cuando reaccionó. —Camilito, ¿qué transita por tus venitas?— El viejo se incorporó tembloroso y contó con detalle su experiencia. Los encuentros con la Parca son un mito recurrente entre los llaneros, pero al chilango le causó risa. —La muerte —contó Camilo— me arrastró, me golpeó y me obligó a caminar dos horas hasta las ruinas de la que fuera la fábrica de hilados “La Claudina”. Me encaramó al cerro y marcó un oyamel: <<Aquí, dijo la muerte, quedó el General Atanasio Robles. Estaba sitiado y mientras agonizaba ordenó a su escolta cavar una tumba para que lo enterraran con el oro, y que después rescataran el dinero para pagar a la tropa acuartelada en la Fortaleza de San Carlos. Los dos soldados sembraron este oyamel para señalar el lugar; pero en eso llegaron los revolucionarios y los mataron —risueña lo vio la muerte y concluyó— Tú que siempre has deseado ser rico, sácalo. Es tuyo>>.

Lloró Camilo. Luchita fue a servir cajetes con mondongo a los parroquianos, y a poco la “Consentida” quedó vacía. Edmundo volvió a la carga —¡Voooy, agarraste el cuete, ¿no?—. Camilo se indignó, porque nunca lo habían tomado por mentiroso, y le dolió. —Verdad buena, mi yerbabuena —terció el chilango— ¿encontraste a la flaca?—. Luchita revisó a Camilo con aguda mirada, aunque sabe que el viejo es metódico, y que sólo se permite cada tarde tomarse las “tres de regla”, y en tres horas, porque eso sí, es muy platicador, conoce las historias llaneras y Edmundo terminó por apadrinar los quince años de la hermosa Lupita, y de eso ya pasaron cinco años. Camilo se repuso, habló con claridad y Edmundo escuchó atento.

El plan fue simple. Subieron herramienta a la camioneta y después de cerrar la “Consentida” fueron a buscar el oyamel marcado por la Parca. En el caserón se quedó Luchita con sus dos hermanos que fueron para hacerle compañía, mientras regresaba el marido. No esperaron mucho, a las doce de la noche regresó, abrió la puerta y rechinaron los goznes herrumbrosos, entró al salón, subió los peldaños de madera hasta el tapanco, y dejó caer el costal con la herramienta. Una pala tintineó cuando la golpeó el zapapico, después se dio un golpe y maldijo como siempre —¡Ni pepsi, dijo la coca!—. Bajó la escalera y volvió a la camioneta. Como tardó y no volvió a entrar, Luchita preguntó a sus hermanos —¿Escucharon?—. La vieron intrigados y uno aventuró —¡Se dio un zape!—. Se levantaron y buscarlo por toda la casa, subieron al zarzo, registraron los recovecos pero no vieron ni encontraron la herramienta

A las seis de la mañana Luchita abrió la cantina y a las seis y media llegó Edmundo sin Camilo. Hizo una señal a su esposa para que no preguntara nada, subió a bañarse y bajó como autómata a trabajar. Al medio día comía ausente, y le preguntó Luchita — ¿Qué tal tu día? ¿Por qué regresaste tan rápido?—. Mundo se extrañó, dijo que volvieron hasta las cinco de la mañana y que llevó al compadre a su casa. <<No trajimos nada —continúo— la niebla no me dejó reconocer el lugar. No supe ni dónde estábamos. El viento penetró y lastimó mi carne. Rascamos un hoyo como de un metro. Mi pala partió una olla de barro y sonaron las monedas. El hoyo se hizo profundo, el viento rugió entre los pinos, medrosos aullaron los coyotes y perdí la noción del tiempo. ¡Vi la muerte, Luchita! —Suspiró profundo— Dijo que yo no estaba en sus planes. Camilito le recordó que él pagaría con su vida, y pidió que me dejara en paz>>.

Regresaron tres veces a buscar las monedas. Mundo regresó al D. F., y dejo a Luchita. Camilo enfermó gravemente y pidió a su hija <<haz cumplir al compadre su promesa>>. Murió. Su familia desapareció del pueblo. Dos años después llegó a la “Consentida” un camionero <<Figúrese Luchita, allá por la “Merced”, entré al Bar “Camilito” y descubrí que la jefa de cocina es Dona Guadalupe, y la mera patrona es la Lupita. Y Créame, me arrinconé para que no me vieran,  me receté un sabroso mondongo y escuché que don Mundo gritar desde la cocina “Mejoral hágase una limpia en Chalma”>>.

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