Editorial

CASA BLANCA, NEGOCIO SUCIO

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Héctor Larios Proa

Coctel de factores, múltiples conflictos en un mismo territorio que va de la desilusión a la desesperanza, de la rabiosa  impotencia a la risa preocupante que al despertar el dinosaurio que se creía dormido, descubrimos que ahí estaba, ahí seguía, inmóvil junto a un charco de sangre.  Junto a la voz de “yo no vi nada” de los responsables, al lamento de las madres con sus gargantas y ojos secos de llanto. Junto a los negocios privados y las llamadas reformas que prometen una nueva era de bienestar… Justo ahí las izquierdas falsas, junto también  la ultraderecha intolerante, por supuesto  junto están  los cómplices medios. Cuando despertamos del mal sueño, los otros, todos  íbamos marchando bajo una luz que ilumina la noche de Ayotzinapan.

Del Ángel al zócalo, en la Plaza Lerdo, de negro, con velas, encapuchados, en silencio, gritando o en performances se dieron cita en muchas ciudades del país en los Estados Unidos, y Europa. Las marchas avivaron el fuego del hartazgo, para despertar de la apatía, dejadez, y valemadrismo. Se protesta tomando las calles como única vía de solución, presión social que demanda acuerdos con interlocutores mudos. Algunos, los de siempre les llaman revoltosos, y otras linduras más.

La pregunta es: ¿No existe otra forma de que se resuelvan las demandas, los conflictos? Parece que no. Porque no existen canales de comunicación institucionales que garanticen el dialogo, le den cabida a las demandas e inconformidades. La inoperancia e ineficiencia de las instituciones estatales da como resultado un Estado de ingobernabilidad que el libre mercado no puede resolver.

 El estado se convirtió en un ente cerrado, todopoderoso que está en todas partes y en ninguna, la centralización del poder cerró los posibles accesos.

Autoritarismo oculto tras una máscara democrática que impide la participación social sin control de partidos, sindicatos y programas institucionales. Controles sociales que se disfrazan de comités de participación ciudadana, de vigilancia para cumplir el protocolo jurídico simplemente.

La tranza, la corrupción toma nombre y cuerpo en personajes patéticos que al llegar al poder no escuchan, no ven,  se enferman de poder, abusan, en todos los sentidos, incluso de las palabras como si hablar mucho y rápido fuera sinónimo de orden, transparencia y conocimiento. Aliados de la opacidad para manejar el presupuesto, el botín, para los de cuello blanco. En nombre del progreso y  bienestar, entierran el suelo que los vio nacer y  a los suyos, además de traicionar los valores de su partido y la política. Ensucian la casa que cada día es más grande, construida con sucios acuerdos de poder que no  puede justificar ni la primera dama.

Ante el desaliento ciudadano, los excesos del poder de caciques locales vinculados con la mafia que forman parte de la delincuencia organizada junto con policías, MPs, y funcionarios de diversos órdenes de gobierno, omiten y pisotean la ley, imponen su dominio a quien intente señalar las injusticias, robos y delitos que cometen embestidos de autoridad en su comarca. Ayotizinapa es una calca de muchos puntos del país. Donde igual el inquilino en turno colecciona predios por doquier de un trienio a otro. ¿Cuantas casa blancas más habrá en el país?

Saber lo que pasa en otro punto de la ciudad, del país, del mundo sin pasar por los criterios de la esfera del poder, socializa la sospecha. Descompone los acuerdos de gobierno, empresarios y televisora.

No podía haber sido mayor el homenaje en recuerdo al movimiento revolucionario que salir a la calle en pleno 20 de noviembre a demandar justicia. Si hubo desfile, esperemos que no haya infiltrados y provocadores profesionales que justifiquen represalias.

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