Cuando al Tecolote le ocurre cantar
La otra versión:
René Sánchez García
Baldomero Xólotl siempre fue un hombre de campo. Todo sus compañeros y amigos lo consideraban un sabio, pues con una exactitud increíble conocía no sólo los astros en el firmamento, sino también las estaciones del año, las ya famosas “Cabañuelas” del mes de enero y hasta el lenguaje de los animales. Cuentan que éste hombre nunca aprendió a leer y escribir, pero era el consejero de cientos de estudiantes que se le acercaban para saber los ciclos de las siembra, las cosechas y las podas de las plantas, los arbustos y los árboles.
Siempre estaba atento a todo cuanto sucedía con el tiempo. Sabía perfectamente lo que sucedería a la mañana siguiente cuando por alguna razón un músculo o una articulación de su cuerpo le dolían. Le encantaba escuchar la radio, sobre todo Radio Campesina. Siempre hacía mejores pronósticos del tiempo que los que escuchaba por ese medio. Bastante creído en los seres divinos que pueblan el cielo, pero más también de todo lo que rodea a la naturaleza. En fin, se contaban tantas anécdotas acerca de su amor a las cosas bellas.
Sin embargo, tanto conocimiento empírico o tradicional no le valió para superar sus miedos, presagios y augurios con los que vivió toda su larga vida. Precisamente el día que lo acompañé en su última morada, escuché con atención algo que llamó mi atención. Un campesino cincuentón que al compás de los rezos bebía sorbos de “cañabar”, comentaba a otro que degustaba un cafecito caliente, que Baldomero no pudo dormir con suma tranquilidad un día en su vida. Le preocupaba exageradamente por las noches escuchar el canto de los tecolotes, los búhos y las lechuzas.
Él había aprendido que cuando uno de estos animales nocturnos se ponía a cantar en las madrugadas, casi siempre un vecino, un amigo, o un familiar fallecía. Por ello, tomó la mala costumbre de estar atento todas las noches a ese sonido de la muerte. Cuando esto ocurría, despertaba a su esposa, a sus hijos y a su nuera, fuere a la hora que fuere, para que todos juntos y a través de una de las ventanas de su casa que daba precisamente a su patio, escucharan. Con este proceder él se sentía no sólo satisfecho, sino más bien bendecido, que nadie de su casa moriría.
Este proceder de Baldomero no era del agrado de su familia, pero no les queda otra cosa a ellos que soportarlo. Por ello dijo su compañero cincuentón que su amigo murió a causa de un descuido familiar. Pues si bien es cierto que por algunas semanas Baldomero anduvo achacoso, no era cosa grave para irse al otro mundo. Resulta que antier, Chona la nuera, escucho a las dos de la mañana al tecolote, pero era tanto el sueño y el frío que ella sentía, que lo único que hizo fue pegarse más a su hombre y no quiso despertar a nadie.
Fue el gallo de la casa quien despertó a todos como de costumbre y fue Concha la esposa de Baldomero quien al terminar de hacer el bastimento se dio cuenta que su compañero de vida no se sentó a tomar su tradicional cafecito acompañado por las galletas de animalitos que tanto le agradaban. Y sí, ahora comprendo y coincido que se trató sólo de un descuido familiar, pues recuerdo bien que antier por la mañana nos saludamos desde nuestras ventanas. Yo digo que a Baldomero le ganó el sueño, de otra manera no estuviera yo contándoles todo eso que escuché ayer en el velorio de él.
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