Cultivando Nuestra Obediencia
Cultivando Nuestra Obediencia
La obediencia se refiere a
escuchar con atención lo que el otro dice, cumplir la voluntad de una autoridad
y casi siempre entraña abstenerse de algo en particular.
La obediencia como acción de
la inteligencia es una herramienta que ayuda a tolerar de mejor manera momentos
o procesos de la vida.
Aprender a obedecer parece
un valor a inculcar solamente en los niños, pero para poder enseñar primero de
debe saber, así que los padres deben a toda costa desarrollar esta herramienta.
Para muchos padres es muy
difícil enseñar a obedecer a sus hijos y para muchos hijos es difícil aprender
a obedecer, con lo que se demuestra que la obediencia no es una cualidad innata
al ser humano, es una herramienta que se debe desarrollar.
La labor de los padres es
educar con valores a los hijos, lo que se traduce en la necesidad de enseñarles
a obedecer por lo que es de vital importancia que los padres sepan dar órdenes
a los hijos.
Obediencia no debe significar
sumisión, lo que se busca con ella es más bien un comportamiento que nos enseñe
a escuchar a los demás y cumplir con responsabilidad su solicitud.
Las órdenes de los padres
deben ser claras y razonables para los hijos en función de su edad y con el fin
de crear convicción en ellos para participar.
La obediencia fortalece
nuestros vínculos con aquel que merece nuestro respeto como una autoridad a
quien se obedece.
La obediencia nos hace
sencillos porque nos enfocamos en la tarea a realizar y no en observar si las
personas merecen o no el esfuerzo, ponemos nuestro interés y entusiasmo al
servicio de los demás.
Los padres con su ejemplo
enseñan a sus hijos que Dios es la autoridad a la que escuchan con atención y a
la que se le obedece para cumplir con responsabilidad su solicitud.
Son numerosos los pasajes
bíblicos que nos hablan de la obediencia a Dios como una virtud que implica
acatar su voluntad con amor, aceptar sus designios y someterse a su autoridad.
La obediencia a Dios implica
dejar el control de nuestras vidas en sus manos, lo que produce cambios
ineludibles en nuestros pensamientos, palabras y acciones.
Si somos obedientes y
asumimos el compromiso de mejorarnos a nosotros mismos, podremos sembrar en
nuestros hijos la semilla de la obediencia contribuyendo con ello a la grandeza
del Reino.