Danzoneros
Juan A. Morales.
Para hacer del desayuno una ocasión especial, Atlahua, el Director de la Danzonera “Arrullo del Mar”, trajo a Citlalicue a desayunar a Coatepec para entregarle una churumbela, justo al año de novios y como en el pueblo rivereño de Axictli no hay restaurante ni tienen tiempo disponible porque ella vive atareada en preparar sus clases de música para el Jardín de niños y él, en la administración de la orquesta, acordaron que este día se harían las más íntimas confesiones para dejar atrás el pasado, pero resulta contraproducente porque ella en una arrebato de locura echa todo por la borda, y él no sabe qué hacer, qué decir ni cómo actuar cuando ella se levanta, toma su bolso y sale gritando <<No me busques, no llames, no me escribas, para mí estás muerto>>.
Hace quince años su padre la llevó con su mamá a Veracruz para convivir con los bailadores del Puerto y como Alvarito Diez, director de la “Danzonera La Bucanera” era muy conocido, en cada fiesta encontraba una “vieja amiga” y como su madre se negaba a bailar con él, los brazos fuertes de su padre la levantaron en vilo al son de “Acayucan” y la niña se ruborizó porque ya estaba en segundo grado y se sentía grande para que la cargara papá, más siendo la única vez que se ocupó de ella se sintió feliz, porque doña Rebeca, su madre, hacía tiempo que lo daba por muerto y registró a la niña con sus dos apellidos y Citlalicue pasó a ser la hermana menor. Al día siguiente Alvarito Diez las dejó en el puerto sin dinero, desapareció por siete años y ellas se fueron a vivir a Axictli, pueblo que se llama así porque se forma un remolino en el río, pero el topónimo también significa ombligo.
Son las once de la mañana de hoy sábado y Citlalicue, la hacedora de estrellas, camina aprisa entre la lluviecilla y trata de pensar con claridad, entonces ve a una mujer vender periódicos metidos en bolsas de polietileno <<Noticias, fresquecitas>> grita la voceadora y la chica se molesta pero por solidaridad toma un ejemplar y trota un par de cuadras hasta que se refugia en un modesto hotel. En su habitación se da cuenta que olvidó su neceser en el coche, del que hasta hace unos minutos fuera su prometido. Se echa a la cama a rumiar su enojo pero no llora “Cómo pude ser tan ciega”, piensa. Abre el periódico al azar y ve un anuncio que le desata los recuerdos: “Clases de Danzón”. Trata inútilmente de serenarse, porque termina de atar cabos.
La madre de Citlalicue, lo recuerda bien, nunca fue a un baile porque Alvarito Diez tenía su pegue y en cada pueblo lo esperaba una mujer embarazada, igual le pasó a Rebeca y, cuando le reclamó el músico le dijo con toda desfachatez <<¿Qué culpa tengo de ser tan regularcillo?>>, Rebeca tenía curiosidad por saber quién era la legítima esposa del filarmónico pero sólo obtuvo evasivas, aunque dedujo que tenía esposa e hijos en Coatzacoalcos donde consideraban a Álvaro Diez un buen músico. Siete años después Citlalicue volvió a ver a su padre porque llegó a organizarle una estrambótica fiesta de quince años y medio año después murió en un accidente, borracho y con una mujer desconocida.
En el desayuno todo va bien hasta que Atlahua, el Señor de los mares y patrono de los navegantes, inicia su confesión —Desde chico me aficioné a la música, y continuó, mi madre se llama Yolanda no Eudocia como se hace llamar, se cambió el nombre porque dejamos a mi padre y huimos de Puerto México, <<¿Quién te puso ese nombre tan feo?>>, pregunta la chica. —Mira quién lo dice, pues mi padre, que era fanático de los mexicas>>. Le llamaban Bárbaro —dice el joven— porque hacía juego con su nombre. Aprendí a leer las pautas antes que libros en la escuela primaria, pero mi padre decidió formar otra orquesta y la vida con él se tornó difícil, hasta que huimos. Mi madre decía que tenía otra mujer a quien llamaba María Lorena de la Soledad pero nunca supe su apellido.
Citlalicue miente al confesar <<Tuve un padre maravilloso, me quiso mucho, me hizo una gran fiesta en mis quince años y luego murió de cáncer —mientras habla muestra fotografías de lugares a los que acompañó a su madre que trabajaba como fotógrafa de eventos sociales, políticos o religiosos, cuando Atlahua preguntó por Rebeca, la respuesta, más que breve fue seca— Es como mi hermana. Rehízo su vida, se fue, vive bien, y me quedé con mi abuela en Axictli, a donde llegaste el año pasado a buscar a tu padre>>. Dicho esto, la chica huye del restaurante porque recordó a las coristas de La Bucanera: María, Lorena y Soledad.
Atlahua paga la cuenta, sale apenado, pregunta a la señora del periódico si vio a una chica alterada y ésta señala la dirección por donde se fue, el músico ve en su carro el neceser que olvidó Citlalicue, lo toma y apresura el paso para alcanzarla, en eso ve una capilla y un impulso le obliga a entrar a meditar, abre el neceser, toma un sobre amarillento que contiene viejos recortes de periódicos de los éxitos de Barbarito Diez, entonces Atlahua comprende el encono de la chica y sabe que será mejor no buscarla.