PLUMAS DE COATEPEC

DE NUEVO MONTERROSO

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De nuevo Monterroso

                                                                                                 René Sánchez García

En alguna ocasión el escritor hondureño Augusto Monterroso (1921- México 2003), expresó: “Me gusta la claridad, la firmeza, la precisión, de lo que no se desprende necesariamente la brevedad. Considero la brevedad no como un término de la retórica sino de la buena educación. Uno no debe ocupar mucho la atención de la gente, ni recargar su memoria con detalles inútiles. Pero en esto puede haber también un engaño, y el escritor no sabrá nunca cuánto tiempo ocupará la mente de una persona con un cuento muy breve o con una paradoja. A mí me ocurre que le he dedicado más tiempo de mi vida mental a un aforismo o a una frase, que a las largas disquisiciones de otros escritores”.

Lo anterior viene al caso, para mencionarle que hace pocos días adquirí como libro usado o de segunda mano, un ejemplar de La Brevedad (México, 2001, Col. Día Nacional del Libro, 158 p.), que es una compilación de lo mejor aparecido en algunos de sus libros publicados con anterioridad: Obras completas (y otros cuentos), Movimiento perpetuo, La palabra mágica, La oveja negra y demás fábulas, así como Lo demás es silencio (La vida y obra de Eduardo Torres. Son exactamente en total 29 narraciones breves de dicho autor, donde queda de manifiesto su tendencia a escribir con brevedad o por lo menos a base de frases breves y casi nunca cosas muy largas que terminan al final siendo bastante tediosas.

Así es como entre las páginas encontramos su frase conocida que le dio inmortalidad, misma  que dice: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” (considerado el cuento más breve de todos los tiempos) al igual que otros bastante conocidos por los lectores hispanoamericanos: “El Eclipse”, “El concierto”, “Movimiento perpetuo”, “Cómo me deshice de quinientos libros”, “La cena”, “El conejo y el león”, “La mosca que soñaba que era un Águila”, “La Fe y las montañas”, “El burro y la flauta”, “Decálogo de un escritor”, “El escritor, nace, es, o se hace?”, entre otros más. Les convido un divertido relato titulado La Fe y las Montañas:

“Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios pasajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe”.

sagare32@outlook.com