Ars Scribendi

De persona a persona

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Edith Stein

 Juan Pablo Rojas Texon

 

 

En el prólogo a su obra “De la vida de una familia judía”, firmado en 1933, justo el año que entra en la Orden de Carmelitas Descalzas (O.C.D.), Edith Stein cuenta que en una de las tantas conversaciones sostenidas con sus amigas, en las que intentaban comprender lo que entonces pasaba en Europa, una de ellas se preguntaba ‘cómo había llegado Hitler a ese horroroso odio contra los judíos’. La respuesta la hallaron en los escritos programáticos de los recién llegados al poder, entre los cuales estaba el mismo Martin Heidegger, quien el 27 de mayo de ese año toma posesión del rectorado de la Universidad de Friburgo y pronuncia en su discurso inicial –titulado “La autoafirmación de la Universidad alemana”– que el pueblo alemán “forja su destino en tanto introduce su historia en la manifestación de superioridad de todos los poderes de la existencia humana que configuran el mundo y lucha incesantemente por conquistar su mundo espiritual”.

Siendo este el panorama, Edith Stein ‘pensó que aquellos judíos como ella que entendían que los acontecimientos políticos significaban para sus hermanos judíos la cruz de Cristo tenían que llevar esa cruz en nombre de todos’. Por eso no es casualidad que eligiera la O.C.D. como modo de vida; centrada en el retorno a la vida en Dios con humildad y pobreza, su pertenencia a esta Orden era un modo de sufrir con sus connaturales. Sus reflexiones tampoco se hicieron esperar, sobre todo en torno a la persona, a causa del atentado de la ideología nazi en contra de una verdad esencial pronunciada por Emmanuel Kant un par de siglos antes: “el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no meramente como medio para el uso a discreción de esta o aquella voluntad”.

En efecto, en su obra póstuma “La estructura de la persona humana” (fruto de un curso impartido en el Instituto de Pedagogía Científica en Münster, Westfalia, durante el semestre de invierno 1932-1933 y de donde fue expulsada en seguida por su condición de no aria) Edith Stein escribe: ‘cuando miro a un animal a los ojos, miro dentro de un interior, dentro de un alma que nota mi mirada y mi presencia. Pero se trata de un alma muda y prisionera en sí misma, incapaz de ir detrás de sí y de captarse a sí misma, incapaz de salir de sí y acercarse a mí’. En cambio, ‘cuando miro a un hombre a los ojos, su mirada me responde, me deja penetrar en su interior o me rechaza, me indica que él puede salir de sí mismo y entrar en las cosas. De ahí que cuando dos hombres se miran estén frente a frente un ‘yo’ y otro ‘yo’, mas si se trata de un encuentro en el interior, el otro ‘yo’ es un ‘tú’’. Tal es la razón por la cual el ser humano no puede usarse como un medio; es un fin en sí mismo. A diferencia de la del animal, “la mirada del hombre habla”.

Así, lo que hace distinto al hombre de cualquier otro ser de la naturaleza es que él es persona, o sea, un ser libre y espiritual: libre porque puede –y debe– formarse a sí mismo; espiritual debido a que tiene un saber de sí mismo que le mueve a una apertura hacia dentro, a la vivencia de su ‘yo’, que es la raíz de la unidad del cuerpo y el alma, un cuerpo y alma que por ser de un hombre concreto deben entenderse como ‘personales’. Santo Tomás ya había explicado en la “Suma teológica” que “la persona es una hipóstasis cuya cualidad distintiva es una dignidad, y como es una gran dignidad poseer una naturaleza dotada de razón, todo ser particular dotado de razón es llamado ‘persona’”. Con base en ello, Edith Stein apunta en “Ser finito y ser eterno” que el término ‘persona’ no es más que un modo de expresar en palabras humanas “lo inefable”. He ahí el germen de que el hombre halle indicios, tanto en su interior como en el mundo externo, de algo que está por encima de él y de todo lo demás y de lo que él y todo lo demás dependen, y esa búsqueda de lo Supremo le pertenece a él y a nadie más.

Judía convertida al catolicismo, Edith Stein es una filósofa, religiosa y mártir que ‘habla desde la experiencia y con una profunda convicción cristiana’ (F. J. Sancho Fermín). Su absoluta oposición al partido nazi atrajo la atención de la Gestapo en pleno auge de la guerra. Para protegerla hubo pretensiones de trasladarla del Carmelo de Echt (Holanda) al de Le Pâquier (Suiza), pero ella se negó. Finalmente, fue apresada y llevada a Auschwitz, donde muere en la cámara de gas el 9 de agosto de 1942, cumpliendo así lo escrito por ella misma tiempo atrás: “una ciencia de la cruz sólo se adquiere si se experimenta a fondo la cruz”.

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