Hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacerse es no despegar los labios.
(Abraham Lincoln)
La compleja situación en que nos encontramos pareciera nutrirse de la intransigencia, del fanatismo, de la descalificación prejuiciosa, de la soberbia. Hace falta insistir en la urgencia de trascender estas peligrosas circunstancias, empezando por moderar nuestro ánimo, por reconocer el valor de los diferentes en sus derechos y condiciones, abriendo oportunidades de diálogo.
Vivimos en una sociedad que suele regocijarse en el linchamiento y la denostación pública, donde la diferencia, la diversidad, la pluralidad que a jaloneos hemos ido construyendo como elementos virtuosos de nuestra democracia, sufren el embate de las visiones absolutas, de los discursos suma cero, de las acciones que segregan bajo una perspectiva bicolor, negros y blancos, buenos y malos, amigos o enemigos.
La descalificación inmediata, la noticia falsa y la calumnia como prenda de una sociedad que parece no acusar recibo de que ese camino dislocante, tan solo nos conduce al caos social, al vacío, donde los conflictos se acentúan y las salidas se complican, donde la siembra de tormentas cosecha tempestades, donde en realidad nadie gana y sí, todos perdemos.
La inseguridad, la violencia organizada y común, no puede atenderse a plenitud en un ambiente sociopolítico tan hostil, tan turbio, por eso preocupa que desde el gobierno se reproduzcan los mismos patrones negativos, que no se acuda a la mesura, que no se evite la confrontación. Se carece de prudencia en las declaraciones públicas, de un uso cuidadoso de las palabras que se utilizan, de los argumentos que se exponen.
Parece que no termina de entenderse que después de ganar en las urnas, el ganador gobierna para todos, para los que votaron a favor y en contra. Por ello es que las afinidades políticas –que no desaparecen-, deben ser soslayadas para erigirse en autoridades imparciales, equilibradas y equilibrantes, garantes de la aplicación de la ley. A esto no abona una postura gubernamental prejuiciosa, basada en rumores, dispuesta a debatir en medios cualquier suposición, omitiendo el derecho a la presunción de inocencia del que todos debemos gozar.
Es de exigirse mucha más sobriedad y responsabilidad en los servidores públicos, e insistir en no exacerbar la polarización existente. Por eso es necesario entender que cuidar las palabras es un valor de la política, de la ética, del buen gobierno, y sin duda que un diálogo sano y constructivo solo se realizará con actitudes de respeto y tolerancia, privilegiando la voluntad de los acuerdos en las coincidencias.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Laguna verde, el peligro de siempre que ya no se puede ocultar.