Desesperanzas
Desesperanzas
En
tiempos de incertidumbre y desesperanza,
es
imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza
junto a otros.
Enrique Pichon-Riviére
Por Martín Quitano Martínez
En
el ambiente social transitan preocupaciones profundas, no siempre declaradas
pero que convierten a “la felicidad” en un bien escaso, una prenda de alto
costo. Es resultado del horror generado por la violencia que no cede, de una
curva pandémica al parecer inaplanable, de una lacerante crisis económica que en
los hechos refuta los datos optimistas con el dolor de despidos e inactividad
económica de millones.
El
colofón es el inentendible e injustificado ruido político de la intransigencia
y la polarización que conduce al desencuentro para vislumbrar oportunidades de
entendimiento mínimo frente a nuestros problemas.
Los oídos
sordos se han convertido en un lugar común, un espacio de refugio y autocomplacencia
en el que solo caben los afines de cada bando. No escuchar al otro es el santo
y seña de los que blanden y reivindican sus verdades incuestionables, esas que
de no obedecerse te ubican como acérrimo enemigo, detestable contrincante de
cualquiera de los extremos que dominan y cierran cualquier atisbo de
coincidencias.
Mientras
ambos lados discuten, las dificultades se incrementan o profundizan. Igual que antaño,
la incapacidad de muchos gobiernos sigue siendo evidente, las representaciones
políticas no asumen el nuevo contexto de crisis e insisten en comportamientos
lejanos de lo que acontece, desnudando la prioridad de sus intereses personales.
Nuestra
vida se encuentra cada vez más acotada, restringida, amedrentada,
desesperanzada frente a la postura indiferente y el escaso reconocimiento
institucional de los pesares, solo tocados en el imaginario del discurso
gubernamental. Los hechos sin embargo cuestionan las palabras del todo marcha
bien. La vida social comunitaria está sometida a la vorágine del
enfrentamiento, un día tras otro, dando fuerza a las intransigentes imágenes
del conmigo o contra mí.
No
es posible mantener la sinrazón como garante de una vida nacional que pasa por
momentos tan amargos. Urge dejar la confrontación, generar los diálogos que abran
espacios para la conformación de entendimientos a favor de una nación que es
mucho más que la dicotomía impuesta desde cualquier lado, una dicotomía absurda
y falaz cuando se trata de asuntos de país. La ceguera y la sordera de los
fanatismos que tan solo destruyen, que no permiten nada que no les es afín.
La
vida democrática, maltrecha y débil, con todos los pendientes que podamos
encontrarle, siempre será mejor que cualquier modelo autoritario, cerrado, que
se plantee en un solo sentido y como guía única de cualquier acción de vida sin
posibilidades de reconocimiento de la pluralidad y de los aportes que puedan
provenir de los que no comparten las visiones del poder.
Es
en los ejercicios democráticos donde hemos construido instituciones para
establecer una mejor lucha contra la pobreza, la inseguridad y la violencia,
contra nuestros pesares de salud, contra la desigualdad y la discriminación,
contra las fobias de género o de clase, contra la diversidad o contra los que
piensen distinto. Un gran marco democrático que garantice los derechos humanos
para todos.
Mucho
tenemos que hacer y pensar para lograr el establecimiento de un verdadero
combate a la corrupción y por un proyecto progresista que posicione los
esfuerzos más amplios por el rescate ambiental y el desarrollo sustentable que solo
será posible si se abandonan las diatribas y las visiones únicas como bases de
la discusión política nacional.
Los
actuales momentos de incertidumbre, en que las esperanzas forjadas puedan perderse,
deberían estarse discutiendo propositivamente, es ahora en tiempos del
aislamiento que puede imaginarse un mundo mejor que le arrebate a las
pesadillas el dominio de nuestro mundo. Podemos darnos la oportunidad de salir
de esta etapa mejor librados o el resultado de tanta desesperanza será
simplemente cruel y nos dará más y peor de lo mismo. Los retos están allí para
todos.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La
diversidad sexual es un derecho humano, ni más, ni menos.