Especial

Desventura

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Juan A. Morales.

 

                        La mujer de rasgos finos y ojos grises se ve abatida. La expresión de su rostro alargado muestra una resignación y orfandad que da pena. Sus labios gruesos y sensuales quedaron entreabiertos, queriendo sacar su frustración y enojo. Parece paria, con la ropa mojada y cubierta de un lodo que escurre por su vestido verde de tafetán y las zapatillas de raso esmeralda.

La desvalida permanece inmóvil en la calle solitaria y gris. El cuadro es tan real que permite contemplar el halo blanquecino que rodea los focos bajo los aleros y su reflejo en los adoquines mientras discurre la tarde en medio del chipichipi. En la bruma se ve la torre parroquial y tres mujeres que caminan hacia el atrio, mientras un hombre en actitud de galán, inclina el sombrero para saludarlas.

Más que una pintura el cuadro parece una fotografía. El hiperrealismo que caracteriza la obra de Eleonora Gouche Tempera, la colocó entre las preferidas de la casa “Realista“, que en Sevilla rivaliza con las prestigiadas salas de “La Caja China”, “Artágora” y la “Galería de Concha Pedrosa”; pero “Desventura”, el cuadro del que hablamos, hasta hoy el más conocido, no es un autorretrato como afirmó el crítico Orestes Micena en su conocido trabajo “Desventura, la niebla de Coatepec y otros ensayos”; que escribió después de venir a este terruño el invierno pasado. Se hospedó en un modesto hotel y durante una semana convivió con la gente en la calle y en el mercado. Se le vio tras una humeante taza de café americano —media carga, dijo enfático— y comentó que visitó a unos parientes gachupines, pero no congeniaron y se las apañó por su cuenta. Entonces se dedicó a observar la cotidianeidad del pueblo, lo que resultó fundamental para su ensayo, y supo de labios de la pintora, que la mujer del cuadro es su hermana gemela: Eleonor. También escuchó la anécdota que motivó la creación del cuadro:

“Estaba en mi estudio revisando unas fotografía en mi cámara digital, cuando llamó mi hermana —No quiero aporrear tu puerta —me dijo—, espérame, voy en taxi. La vi llegar. Ese día repararon el drenaje y dejaron el lodo y demás amontonado, la lluvia lo desparramó, y cuando mi hermana iba a cruzar pasó un camión y la salpicó de esa inmundicia”. Continúo relatando cómo es su hermana Eleonor de presuntuosa, cómo se quedó pasmada y la forma en que disparó el obturador y logró tan buenas exposiciones. Al publicarse el ensayo que da cuenta del movimiento hiperrealista generado en este Estado, terminaron en Sevilla las especulaciones que afirmaban que además de ser buena pintora, Eleonora, era mejor actriz; porque al meterse en situación, logró reflejar un estado de extraordinaria indefensión.

Como usted sabe, el hiperrealismo es una tendencia radical de la pintura que reproduce la realidad con una fidelidad y objetividad mayor al de la fotografía. Pues bien, Eleanora llegó con su hermana a Coatepec, e ingresó a la Facultad de Artes, pero no se hizo famosa por el realismo extraordinario de “Desventura”, sino porque a Esperanza, una de las tres mujeres del cuadro, la convenció un desconocido de casarse, y cuando la dama aceptó, éste la asesinó —esta es la versión oficial— y en pleno día le vació la casa. Los vecinos que vieron el camión de mudanza, pensaron que se irían a vivir a otro lado.

Quizá no recuerde este caso, porque la familia de Esperanza hizo cuanto pudo para ocultar la desgracia de la solterona, pero un reportero poco sensible publicó la historia y Eleonora la reconoció porque ella la pintó. El cuadro fue fundamental para que la policía diera por resuelto el caso, al deducir que el desconocido, el hombre que en la pintura saluda a las mujeres inclinando el  sombrero, fue el asesino —y dieron por cerrado el caso.

Cuando Orestes Micena publicó “Desventura, la niebla de Coatepec y otros ensayos” sobre la pintura hiperrealista, en la editorial Ergo Sum de Madrid, a finales del año pasado, con un modesto tiraje de cinco mil ejemplares, la anécdota que dio origen al cuadro, le dio impulso al libro; pero las cosas no resultaron tan simples como él las pinta. Después de la publicación recabaron evidencias y descubrieron que Esperanza tenía en el anular una alianza grabada con el nombre: “Próspero”, y la fecha del enlace matrimonial para dos meses después. No habían pruebas concluyentes, pero diligentes las autoridades locales cerraron el caso, y dieron por desaparecido a Próspero, el hombre misterioso.

Pero en la cabeza de la pintora rondaba una duda: ¿Por qué lo hizo, si ya estaban comprometidos? Esperanza era propietaria de un invernadero que produce orquídeas,  Eleanora solicitó permiso a la familia para tomar fotografías al jardín y descubrió en los padrones de organización y formas eran  compulsivamente exactas, menos las desaliñadas matas de rosales. La tierra no estaba apretada y “Firulais”, la mascota de Esperanza husmeaba insistente. La artista reportó el hecho, y las autoridades encontraron el cadáver de Próspero, el hombre del sombrero, quien también portaba un anillo grabado con el nombre de su amada. Esa fue la verdadera aportación de la pintora, fotógrafa y ahora investigadora. Como la publicación del libro de Orestes Micena la hizo famosa, Eleonora Gouche Tempera se fue a vivir a España, “Porque aquí —dijo con un agrio reproche— “No me pelan, ni mis compañeros de la facultad”.

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