Destacado

DON VICENTE MUÉGANO

Comparte

 

 

El frío clima de la ciudad de Toluca, ubicada a 2,666 metros sobre el nivel del mar, no fue nada benévolo con don Vicente, pues su esposa Bertha enfermó y para encontrar salud, removieron todo su ajuar al Puerto de Veracruz pensando que el calor y la baja altitud, curarían todos sus males; resultó más caro el remedio que la enfermedad y más temprano que tarde estaban de regreso en su terruño, donde alguno de los doctores que consultaron, les recomendó que se mudaran a un entorno templado.

Don Vicente se acordó de una familia de apellido Tobías radicados en Coatepec, privilegiado lugar bañado con cristalinas aguas, envuelto por el clima primaveral que se apoderaba de casi todo el año, y después de establecer comunicación epistolar con don Salvador Martínez Tobías, mal apodado “el Chango”, éste, con su afabilidad, no tuvo inconveniente en abrirles las puertas de su casa.

Instalada, la familia completa (incluida Ofelia la pequeña hija), en su nueva morada, la Providencia —siempre al lado de Vicente—, le dio la oportunidad de conocer a un apreciado coatepecano llamado Remigio Ronzón, que, sin miramiento, lo convocó a laborar en la construcción del mercado municipal (que por aquel entonces se llevaba a cabo), como ayudante de albañil. Muy pronto se colmó de amigos y uno de ellos, un corpulento de 1.90 de estatura apodado el Babalú, le indicaba que para que la cal viva no cuarteara sus manos, las protegiera remojándolas con su propia orina, desagradable manía que a Vicente no dejaba de repugnarle.

Incompetente en la albañilería, acudió a un nuevo trabajo conseguido por el chango Tobías en la recién creada compañía BEMEX, el cual consistía en maniobrar el café para asolearlo en la planilla de la congregación del Grande, empleo para él también fatigoso, ya que en Toluca oficiaba con la hechura y venta de dulces típicos. Un buen día, para agasajar a sus compañeros de quehacer, les hizo dulce de calabaza, dejando al descubierto la virtud de buen dulcero. Por desconocimiento, sus colegas le llamaban Tobías, nombre que, por supuesto no entendía, impulsando a que en una ocasión el famoso Cuatatán, con el sabor del dulce de calabaza, le vociferó: —¡MUÉGANOOOO!  y al voltear al estentóreo grito, en ese santiamén nació un gran personaje con apodo extraordinario y único que llevó toda su vida.  Muégano siempre platicó de su paila nueva que la camarilla, en generosa acción, le regaló, iniciando así una nueva aventura que porfiaba le traería buenos dividendos para la manutención de su familia que ya había crecido, con el nacimiento el 12 de agosto de 1945 del nuevo coatepecano bautizado con el nombre de Jorge y apadrinado por el caballeroso vecino don Don Antonio Bautista.

Con la tijera y la tabla llena de macarrones, higos, cocadas, trompadas, pirulís, y ahora sí, los famosos MUÉGANOS que le enseñó a hacer el jefe de la dinastía de dulceros de Coatepec, Don Erasmo Luna, Vicente, ahora el Muégano, se trasladaba al deportivo Colón de Xalapa, en plena Liga Invernal Veracruzana, pregonando sus dulces a los espectadores, ávidos en el juego de la pelota caliente.

Amigos, este coatepecano relato continuará, no sin antes compartirles una bella frase que dice que “El pasado es la única cosa muerta cuyo aroma es DULCE”, ¡vaya razón! jarochito

 

¡Ánimo ingao..!

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz

 

La voz del Jarochito al alcance de un click: 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *