Ars Scribendi

Dos sabios

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Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

En la historia de la humanidad dos hombres nos legaron su sabiduría, aunque no escribieron una sola letra. El primero nació en la Hélade, se dedicó a deambular por barrios, plazas públicas y suburbios de Atenas, enseñando a todo aquel que estaba dispuesto a escucharlo; nadie se atrevía a poner a prueba su conocimiento porque era un sabio. El segundo nació cuatro siglos después, en condiciones precarias y, aunque en sus años de adolescencia y juventud nadie recuerda verlo visto, regresó para predicar el amor por las calles de Palestina, se hizo acompañar de un grupo de hombres que asimilaban sus enseñanzas y siempre estaba rodeado de una multitud ansiosa de sanar el alma, que escuchaba atenta el mensaje del amor.

El primero fue un mesías del conocimiento filosófico y lógico, un ser que prefería alejarse del hogar porque poseía la certeza de que en la calle se convertía en el sol que ilumina a los ignorantes dispuestos a transformar sus vidas hacia la comprensión de su existir. El segundo se internó en el desierto retando a las ardorosas arenas que pretendían quemar la planta de sus pies, venció al hambre y las tentaciones, le dio la espalda a los tesoros y poderes de la tierra; enseñó a los poderosos que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra nacida del espíritu. Estas reflexiones revolucionaron a la sociedad y lo anunciaban como el profeta del amor.

El primero fue un maestro de la enseñanza, un grupo de alumnos lo seguía abriendo los sentidos para escuchar la enseñanza que talentosamente impartía en las aulas de la calle, y a todo aquel que caminaba por la vida cabizbajo, a través de la mayéutica, le mostraba el resplandor de los conocimientos que brillaban en su mente, pero también con la ironía humilló a los pedantes que hacían del conocimiento alardes de grandeza. El segundo no caminó más de cuatrocientos kilómetros a la redonda, no era necesario más, su palabra poseía las alas del viento y se anidaba hasta los confines de la tierra; su grandeza era la de un rey, pero prefirió servir al humilde, porque estaba convencido que en el servicio radica la grandeza humana.

El primero no sólo desgranó el conocimiento en sus discípulos, también les mostró la virtud de la honradez y de muchos valores que resplandecen el alma y el espíritu humano. El segundo, desde una montaña, como buen pastor, se dirigió a sus ovejas y, por medio de un sermón, les develó el fulgor de la virtud humana; todos lo alabaron y ante el gran maestro se arrodillaron.

Los dos sabios, en diferente época, nacieron en la pobreza. Los dos dedicaron parte de su vida a la enseñanza oral. Para ellos, la escritura no fue un buen instrumento para el aprendizaje. Los dos eligieron morir, aún cuando la vida todavía les sonreía. El primero por

respetar las leyes de un pueblo, pues pensaba que, aunque fueran arbitrarias, se deben acatar. Permitió al veneno de la cicuta penetrar por todos los túneles de sus venas para paralizar su corazón. El segundo, después de hacer oración en el bosque de los olivos, se entregó a los soldados romanos y eligió morir en la cruz por el pueblo que amaba.

El primero se llamó Sócrates, ícono de Atenas, quien no debía ninguna culpa que lo llevara a las rejas y luego a la muerte. El segundo se llama Jesús de Nazaret, el salvador de la humanidad.

 

Feliz día del maestro

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