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EL CANDIDATO

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EL CANDIDATO

Relato

Por Rafael Rojas Colorado

 

Después de varios debates e inconformidades entre los miembros del partido salió electo el candidato que los representaría en las próximas elecciones municipales. Su fotografía apareció en vistosos carteles y bambalinas difundidas en el municipio y sus congregaciones. Conforme avanzaba la campaña, la fatiga agotaba su cuerpo inevitablemente, se sentía incierto cuando el pueblo le brindaba su apoyo a cambio de que en su gobierno se dictara la democracia y la justicia. El candidato estaba familiarizado con estos términos, pero lo cierto es que desconocía su significado y comenzó a cuestionarse una y otra vez. «Tengo plena confianza en que seré favorecido con el voto en las urnas y me invade el temor que al ser electo presidente municipal conozca el amargo sabor del triunfo al no garantizar la democracia y la justicia que tanto clama el pueblo».

Una tarde fue al parque Miguel Hidalgo y se sentó en una banca frente al palacio municipal; lo observaba con cierta pasión mientras sus pensamientos se multiplicaban. Su concentración era tal que comenzó a vivir una alucinación tuvo la sensación de ascender hacia los aires, a su alrededor todo giraba vertiginosamente, desde las alturas notó que tanto el palacio como el parque se arremolinaban, perdiéndose de su vista. Los minutos transcurrieron y él ya no distinguía absolutamente nada. De repente experimentó un estado de reposo como si su cuerpo se mantuviera en el espacio, perdió la noción del tiempo y al volver de aquella somnolencia descubrió un paraje muy bello; sin embargo, advirtió que las demás personas no vestían como él. Su asombro fue tal al comprobar que se encontraba en la Atenas de la vieja Grecia. Se las ingenió para adentrarse en la ciudad y pasar desapercibido. Allí vio legislar a un hombre sabio que respondía al nombre de Solón y que dictaba por vez primera unas leyes que en su conjunto daban pie a la democracia y que organizaba para que la gente del pueblo que amaba viviera con cierta libertad. El candidato comprendió que había viajado en el túnel del tiempo y deseó con todo su fervor regresar al presente, pero sólo logró avanzar unos cuantos siglos cuando se dio cuenta estaba frente al maestro Platón, quien dictaba con voz fuerte: «justicia es hacer cada cual lo que le corresponde», es decir, si eres comerciante dedícate al comercio y no te entrometas en el oficio de otro ciudadano. Fueron muchas cosas las que aprendió con relación a la justicia, extractos de su famosa República, pero al candidato lo que más le impresionó fue el Mito de la Caverna: un hombre que nació en una cueva y vivía en total oscuridad, un buen día se libera de las cadenas que lo ataban y escapó de su cautiverio, conociendo la luz del sol y la belleza de la vida, abriendo su mente para dejar pasar el conocimiento, convirtiéndose en el filósofo que guiaría acertadamente a su pueblo hacia la justicia, la sabiduría y la libertad.

El candidato intentó regresar al tercer milenio, mas sólo volvió a avanzar unos cuantos años para darse cuenta que estaba caminando en círculo detrás de otros alumnos encabezados por el estagirita Aristóteles, legándoles a los estudiosos el más depurado conocimiento político en aquel famoso Liceo: «la clase media es la más adecuada para gobernar por ser el punto de equilibrio entre la baja y la alta alcurnia». Les reiteró que la actividad de la política tiene la finalidad de formar hombres virtuosos y obradores de buenas acciones y que cuando esto se logra el pueblo será productivo y vivirá en sana paz. Se sorprendió al ver a Diógenes de Sinope con una lámpara encendida a plena luz del día. La respuesta que encontró fue que andaba en busca de un hombre honesto. En otro pasaje de ese fantástico viaje al pasado quedó extasiado con la magia improvisadora de los discursos del viejo estadista Cicerón.

En el año treinta y tres de su era conoció a un hombre espigado, con barba y cabello largo, vestía túnica y sandalias, predicaba incansablemente el amor por las calles de Palestina, meses después fue testigo de cómo aquella misteriosa personalidad entregaba su vida por el pueblo que amaba. El candidato se preguntó: «¿Esto significará ser presidente municipal?». En las penalidades de su regreso llegó al Renacimiento para admirar la aguda inteligencia de Nicolás Maquiavelo, capaz de comprender el más complejo de los problemas poniendo al servicio del rey su experiencia y vasto conocimiento de la administración pública. También contempló a Tomás Campanella esculpir en su mente una bella República a la que llamó Ciudad del sol, donde sólo había lugar para ciudadanos bien nacidos. Vislumbró los valores y virtudes que ennoblecían el alma de Tomás Moro, a la que llamaba su parcela espiritual, puesto que únicamente le pertenecía a Dios. Solía decir el futuro santo: «no es posible que la gente ame más al vestido que a la propia persona» o que uno mismo se incline con mayor vanidad por las alhajas que lleva puestas que por el propio cuerpo; y muy a pesar de que era íntimo amigo del rey jamás se inmutó ante su presencia, porque sus valores los tenía bien ordenados.

Encontró también a Francis Bacon; éste le invitó un tarro de buen vino y le narró con un acento exquisito la vida de una República que nació en una isla semi-perdida en el mar y que él llamaba Nueva Atlántida, que fue un sol para unos náufragos que sintieron el frío de la muerte, y después de un minucioso análisis que comprobaba que los marinos eran gente de buena cuna y no existía el riesgo de contaminar el alma de aquella sociedad que vivía limpia del pecado y de malicia, se les permitió desembarcar. Bacon, con voz cálida, les descubría la perfecta organización de la casa de Salomón. Parecía tanto ser un cuento de las mil y una noches que el candidato deseó ser un ciudadano de aquella pulcra comunidad.

Se despidió de Francis Bacon y siglos más adelante se enamoró de la filosofía política del francés Augusto Comte. Llegó a la segunda mitad del siglo XIX para presenciar al indio oaxaqueño Porfirio Díaz sofocar la invasión francesa con la espada en alto, admirándole su talento de estadista al darle progreso a su patria. En el primer tercio del siglo XX se sensibilizó ante la libertad de espíritu de José Vasconcelos, quien prefirió el auto-exilio a continuar siendo el rehén de un gobierno que no practicaba la democracia, y oyéndole decir: «Cada pueblo tiene el gobierno que merece», su alucinación terminó volviéndolo a la realidad.

Continuaba sentado en la banca del parque frente al palacio municipal, lo invadía un síntoma de entusiasmo, la sabiduría que adquirió en su viaje a la antigüedad le proporcionó profundos conocimientos y la capacidad de discernir que la política no es la porquería que afirma una mayoría de personas, sino aquella virtud que logra ennoblecer el alma de quien la ejerce dignamente y más bella aún cuando se aplica al Estado. rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx