La Otra VersiónPLUMAS DE COATEPEC

El cartero sí tiene quien le escriba

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El cartero sí tiene quien le escriba

Por René Sánchez García.

 

Exactamente hace diez años  Don Telésforo Gutiérrez Morales se jubiló como cartero de la ciudad. Unos cuentan que trabajó como 28 años, otros más opinan que fueron 35, lo cierto es que ahora ya tiene más de 70. Hay momentos en que se siente abatido, cansado y algunas veces hasta enfermo de soledad. Desde el 2009 a la fecha, ya sea sentado en el portón de  esa su vieja casa, o caminado por las calles del pueblo, él  sigue añorando aquel bello trabajo de entregar a diario montones de cartas al público. Sobres y paquetes rutinarios sin importancia para muchos, pero que para algunos fueron noticias esperadas de felicidad o quizá de tristeza.

Dos cosas le dolían hasta el alma a Telésforo, según la partida de su esposa hace muchos años y el  no recibir en su domicilio carta alguna con timbre sellado que le comunicara algo bello. Por ello, le molestaba recibir solo recibos de agua, luz, teléfono, de Coppel y de Banco Azteca. El deseaba de corazón recibir noticias de su hija, o bien de su único hermano que le queda con vida. Todo esto siempre lo repetía muy a menudo en sus pláticas. Un sábado se encontró por la calle con Cynthia, su ex compañera de trabajo por años, a quien le confesó todos esos dolores que tiene a diario.  Sintió que la plática lo ha aliviado un poco y es por ello que se prometen se visitarán más seguido.

Pasado el tiempo y como por arte de magia, Telésforo empieza a recibir cartas y más cartas. Es tanta la emoción que le invade que nunca revisa el remitente, la fecha ni el lugar de donde vienen. Son escritos pequeños que le desean buena salud, que le informan de lo poco  que sucede en el pueblo, que le mencionan lo que se sabe de su hija y de su hermano. En fin, hasta de los chismes o de las cosas chuscas que pasan. Como Telésforo sabía bien la hora y el día en que pasan a dejar la correspondencia, se apresuraba después de desayunar y se sentaba en el portón a esperar las cartas, sin importar el calor o frío, lluvia o aire, él sabía esperar.

Los vecinos lo vieron ya diferente, con otros ánimos por vivir. Cuenta y dice la gente que durante un tiempo salía a la calle más seguido y les extrañaba que visitaba la iglesia y saliendo cruzaba a la papelería “La Olímpica” y de inmediato regresaba de nuevo a casa. 

Todo transcurría con cierta normalidad hasta que un día, no sé cuál, Telésforo desapareció. Los vecinos y la gente que lo conocía se preocuparon, igual la policía de ese pequeño lugar. Terminaron las investigaciones y nada de saber nada, hasta que Cynthia hizo los arreglos oficiales pertinentes para poder entrar a la casa de su ex compañero de trabajo, y fue allí donde se descubrió todo.

No estaba el cuerpo frío en ese lugar, lo que encontraron fueron sus pocas pertenecías personales. En la mesa estaban cientos de cartas con sus sobres entreabiertos, lápices, gomas, hojas rayadas, en fin, todo eso que sirve para la escritura manuscrita. Estaban allí sus fotos en pleno servicio postal como testimonio de su quehacer por años. No encontraron  nada que pudiera dar con el paradero de Telésforo. Una vez revisado el lugar por la policía, procedieron a cerrar la casa, colocando afuera la cinta amarilla de “Prohibido el paso”. Al despedirse de mano con uno de los elementos de color azul, Cynthia le mencionó: “Ahora recuerdo que hace años mi amigo Telésforo en una plática me comentó que era soltero, que vivía solo. Igual me viene a la memoria que hace como un año me visitó en la oficina de Correos y me pidió le vendiera planillas completas de timbres postales, pues en sus tiempos libres, me dijo, se dedicaría a coleccionarlos como entretenimiento”.

sagare32@outlook.com