EL GENERAL DÍAZ
Rafael Rojas Colorado
Porfirio Díaz Mori, en primer lugar, experimentó la opresión de la dictadura, en este caso, la de Antonio López de Santa Ana. Porfirio, apenas abandonaba la niñez y ya no puede soportar la cruda realidad, la rechaza con todas las fuerzas de su corazón. Tal vez esta actitud sea la primera sensación de que la patria clamaba la salvación.
A temprana edad el peligro le dicta que debe escapar, pues sus ideales van en contra del mal gobierno. En un instante concibió el amor que siente por la tierra que lo vio nacer, estos profundos sentimientos lo inducen a tomar las armas y elevar el corazón; la patria reclamaba sus servicios. Su espada la extiende bajo las órdenes de don Benito Juárez y del general Ignacio Zaragoza. En la batalla de Puebla expulsa con bravura a la invasión francesa. Es héroe en la Carbonera y de muchas batallas más en las que una bala le perforó el costado derribándolo del caballo, pero ni así lograron detener su arrojo. En la ciudad de México le preparó una entrada triunfal al presidente Benito Juárez. Todo empezaba a indicar que su figura era lo que el país requería con urgencia para estabilizarse y dejar de ser un campo de batalla. Le grita a la no reelección en contra del mismo Juárez.
La experiencia militar y el estar cerca de grandes hombres esculpieron su carácter y los ideales necesarios para cambiarle el giro a una nación; en realidad, México necesitaba de un hombre como él para ser sometido al orden y ser conducido por los caminos del progreso.
Después de años de lucha, finalmente, la vida premió su trabajo, entrega y su capacidad creadora, sentarse en la silla presidencial fue la realización de un sueño acariciado años atrás. En esa época el país era como una bestia cerrera, una nación que frente a los españoles consiguió su libertad, pero todavía no aprendía ser libre –golpes de estado, revoluciones, pillajes y mucho más–.
Porfirio Díaz Mori, con valor, inteligencia y con el talento de un futuro estadista, se enfrentó a la bestia, la tomó de frente por los cuernos y comenzó a doblegarla. Aceptó que para domarla no le bastarían cuatro años en el poder, es probable que esta fue una poderosa razón para perpetuarse en la presidencia de la nación, no entregar lo avanzado a un posible relevo, sería una lástima echar a perder un proyecto de nación que estaba comenzando a rendir frutos.
Así comenzó a hacer negociaciones, sofocar rebeliones, combatir el bandolerismo y a esparcir las primeras huellas del progreso en un país que comenzaba a vivir, adoptó la filosofía positivista de Augusto Comte. Aplicó su talento con sabiduría. Solía decir –hemos derramado una poco de sangre mala para salvar mucha sangre buena, poca política y mucha administración–. Porfirio Díaz es un dictador mas no un tirano, así lo afirmó el mismo Francisco Indalecio Madero. Algunos historiadores distinguen al general Díaz como un hombre de mármol, tal vez por su arte de gobernar y de embellecer a una nación.
No se puede dudar de que el general Díaz amó demasiado a México, por esta razón no entregaba el poder, para que no echaran a perder su obra maestra, tenía un compromiso con la patria, la paz y el progreso. Un día, cuando los años ya pesaban en su andar, fue obligado a renunciar a la silla presidencial, aun así, en el puerto de Veracruz se le rindieron honores al héroe de guerra, el exilio, impaciente, ya lo esperaba en Europa. La paz había terminado para los mexicanos.