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EL HOMBRE INVISIBLE

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Por: Pablo Contreras Sánchez

Como ya hemos comentado dentro de este espacio, Hollywood ha sido señalado de perpetuar estereotipos dañinos en torno a la masculinidad y el amor durante décadas. Entre ellos podemos identificar uno, conocido como el tropo del ‘admirador secreto’ o ‘tipo bueno’, que consiste en un sujeto callado, pero de buen corazón, que acosa repetidamente a su conquista, pasada o futura, hasta que, y por capricho del guionista, consigue un final feliz, sin prestar mucha atención a la naturaleza cuestionable de sus métodos de ‘enamoramiento’. No obstante, en la actualidad, gracias a la creciente conciencia social y al movimiento #metoo, la idea de un chico que acecha su camino al corazón de una mujer resulta espeluznante y ya no romántica.

De hecho, uno puede convertir cualquier comedia romántica sobre un ex obsesivo en una película de terror sin siquiera tocar la premisa, y eso parece ser exactamente lo que los estudios Universal (quienes han estado luchando por traer de vuelta a sus monstruos clásicos después de aquel desastroso reboot de ‘La momia’ protagonizado por Tom Cruise) pensaron cuando concibieron ‘El hombre invisible’, la nueva versión del clásico de 1933 (a su vez basada en la respetada novela de H.G. Wells) dirigida por Leigh Whannell, quien en 2018 nos sorprendió con la emocionante ‘Upgrade: Máquina asesina’.

En esta re-imaginación, la reciente viuda Cecilia (Elisabeth Moss) se encuentra reconstruyendo su vida después de que Adrian, su abusivo ex novio, se suicidara; pero las cosas se tornan siniestras y su cordura empieza a derrumbarse cuando sospecha que Adrian en realidad no está tan muerto como había pensado…

‘El hombre invisible’ es una metáfora de la tortura psicológica que representan las relaciones abusivas, así como el gaslight y el estrés post-traumático que enfrentan sus víctimas después de que estas terminan. La manera en que la película fusiona su comentario social con las convenciones de un filme de terror y ciencia ficción es ingeniosa, trayendo frescura a la premisa del clásico literario que la separa del refrito hollywoodense promedio. Hacia el final, sin embargo, el guion se topa con algunos problemas cuando toma saltos en la lógica con agujeros argumentales que complican la trama de manera innecesaria, pero afortunadamente, ninguno es lo suficientemente grande como para perjudicar la narrativa a gran escala.

Como es de esperarse por parte de la actriz, Elisabeth Moss es excelente en el papel de Cecila, con un retrato realista y empático de alguien que recién salió de una relación violenta. Del resto del elenco podemos destacar a Aldis Hodge como James y a Storm Reid como Sydney, su hija, quienes comparten una química adorable y encantadora, tanto entre ellos como con Elisabeth, regalándonos momentos de genuina ternura y muy necesaria levedad. A Oliver Jackson-Cohen le vemos muy poco (já) como Adrian, el titular hombre invisible, pero su escena final le consolida como un sociópata narcisista, controlador y despreciable que amamos odiar.

En ‘El hombre invisible’, Leigh Whannell juega con nuestras expectativas durante dos horas y cuatro minutos. Su terror es minimalista, psicológico y se basa en el suspenso en vez de los jumpscares baratos; en más de una ocasión, la tensión creada no se rompe, y la tan anticipada revelación nunca llega, pero eso, en lugar de sentirse como trampa, recrea en nosotros la confusión e incertidumbre por la que atraviesan sus personajes. El director utiliza encuadres donde la presencia de una persona extra es sugerida, mas nunca confirmada, de manera constante, lo cual nos lleva a cuestionar nuestra propia percepción de las cosas. La película acarrea una atmósfera de peligro y paranoia de principio a fin, con un inteligente uso de sus recursos cinematográficos, desde la fotografía hasta el sonido, para adentrarnos en la atormentada psique de la protagonista. 

Asimismo, Whannell retoma los dinámicos movimientos de cámara que nos presentó en ‘Upgrade’ (los cuales, a estas alturas, ya podemos considerar característicos del director), específicamente, dentro de una memorable escena de acción que se lleva a cabo en los pasillos de un hospital psiquiátrico, mostrada a modo de plano secuencia. Los efectos visuales son buenos, tomando en cuenta el reducido presupuesto con el que contó el filme, pero si nos ponemos quisquillosos, no resultan tan convincentes y, en su lugar, parecen como sacados de un videojuego en las escenas donde el hombre invisible aparece en pantalla.

VEREDICTO:

Como remake/reboot, ‘El hombre invisible’ justifica su existencia con creces, actualizando la clásica premisa dentro de una aterradora historia que seguramente resonará con audiencias modernas. Es un estilizado, pero crudo retrato del efecto prolongado que los abusadores tienen en sus víctimas, y a su vez, una película de terror psicológico paciente en la que Leigh Whannell nos invita a ser parte de un juego del gato y el ratón entre la protagonista y su propia cordura.

CALIFICACIÓN: 4/5 estrellas.

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