Ars Scribendi

El potrero

Comparte

 

 

Por Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

 

 

 Sólo un puente nos separa del pueblo. Al cruzarlo, un avejentado y yerboso potrero nos saluda. El caño que lo surca parece una de las arrugas de su piel. Inmerso en la soledad va desenvolviendo la nostalgia, en la que están trazadas sus historias.

Sí, es verdad, ayer fue lozano y llamativo; el césped reverdecía su risueño paisaje. Milenarias hayas con sus anchas hojas meciéndose suavemente al compás del aire y huizaches de punzantes espinas fraternalmente le acompañaban. La estatura de su cerro le permitía mirar el horizonte. La vigorosa juventud del río Pixquiac lo atravesaba como un soberbio príncipe aclamado por lirios acuáticos y bellas rocas. El cristalino caudal de su cauce acariciaba las suaves entrañas del potrero. No fueron pocas las señoras que en el río lavaban la ropa; las más asiduas tenían sus piedras apartadas.

El agua de los remansos reflejaba como un espejo las vastas piedrecillas que ocupaban el fondo, donde se refugiaban los ajolotes y, cerca de la superficie, infinidad de pescaditos lucían su cola de gallo. El río tenía tres pozas naturales para nadar. Serpenteando ligeramente desde Consolapa, daba vuelta en ángulo de noventa grados. Ahí estaba la primera poza, honda y sombría. Los jóvenes se clavaban desde el cantil, a una altura aproximada de tres metros. Más abajo, al pie del cerro, como si sobre ella estuviera erigido, se apreciaba un hermoso y rocoso tepetate. Por eso a esa posa la bautizaron con ese mismo nombre, “La poza del tepetate”, la cual fue la predilecta de todo aquel que iba a recrearse al potrero.

El río se extendía como un brazo, entonando suaves y melodiosos murmullos; se estrellaba contra una loma y volvía a girar a la izquierda, formando la poza conocida como “El huizache”. En esa lomita adultos, jóvenes y niños gustaban de empinar papalotes y gavilanes. Metros abajo se le unía el río Suchiapan; abrazados fraternalmente cruzaban uno de los arcos del puente nuevo. ¿Cuántas peripecias les esperaban en su tránsito hacia el mar?

Frente a “La poza del tepetate” había un nacimiento del que manaba agua cristalina. Varias personas del barrio de Paso ancho madrugaban y, entre las cinco y seis de la mañana, se las veía bañarse en el yacimiento. A esas horas el agua brotaba caliente. Y, cosa curiosa, a las siete de la mañana el vital elemento estaba completamente frío. Hasta que un inesperado día lo bardaron para conducir su flujo hasta una fábrica. Ahora es una caja de agua sin acceso.

El benigno potrero tal vez se aproximaba a diez hectáreas, suficientes para el recreo familiar. Los días domingo y festivos exhibía pintoresca acuarela, tejida en el bastidor con los hilos del regocijo familiar, la camaradería y el disfrute de la naturaleza al aire libre. Fueron días de campo donde la gente que iba de excursión buscaba el cobijo de la sombra de las hayas. Allí paladeaban el lonche, el río, el césped, el aire y el disfrute con la naturaleza. Estas evocaciones también las puede platicar el pueblo con un suspiro en la nostalgia, si repasa sus apuntes del siglo XX.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *