Ars ScribendiPLUMAS DE COATEPEC

EL PRISIONERO

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EL PRISIONERO

ARS SCRIBENDI

–¡Ya se lo llevan al paredón! –Exclamaban los curiosos.

Las mujeres sollozantes lamentaban el infortunio del reo. El prisionero, maniatado, aparentaba serenidad. Varios soldados lo custodiaban.

La escena sucedía en la banqueta de la cantina Estrella de oro. No hacía mucho del comienzo del alboroto cuando El piojito se detuvo frente al pelotón de soldados. De inmediato lo abordaron conduciendo al frente al sentenciado. Casi al instante el tren comenzó a moverse con rumbo al panteón municipal. El silbido que emitía semejaba un presagio.

 

La distancia convirtió al tren en un punto. De la Estrella de Oro salió apresurado el notario del pueblo, con unos papeles bajo el brazo, conteniendo su coraje e impotencia. “Pobre hombre”, decía en sus adentros, “víctima de la calumnia; es injusto lo que le van a hacer, no lo merece; es un revolucionario de las buenas causas, conozco su historia…

Él nació en Navojoa, Sonora. Siendo muy joven apoyó la huelga de Cananea, paso determinante en su vida, con el cual desafiaba al hombre de hierro: Porfirio Díaz Mori, presidente de México.

 

No pasó mucho tiempo para que su mismo ideal democrático lo encontrara en “Panchito” Madero –así lo llamaba “El centauro del norte” por la elevada estima en que lo tenía. Madero cimentaba el antireeleccionismo en nuestro suelo y no peleaba por darle pan al pueblo sino por devolverle la libertad.

Al ahora prisionero le hirvió la sangre en ese frío clímax de traición y ambición en el que Madero y Pino Suárez perdían la vida a manos de Victoriano, en ese bronco camino que comenzaba a trazar el movimiento revolucionario, una senda árida teñida de odio y ambición que el mismo viento fue incapaz de alejar. Parecían inciertos los ideales de reconstruir una nación progresista como la que nos heredó don Porfirio al momento de renunciar al poder, inmersa en más de tres décadas de paz.

 

El notario con pasos lentos caminaba sobre los rieles de la vía, le flaqueaban las piernas amenazándolo con derribarlo. A su paso, varios conocidos lo saludaban, pero él parecía un autómata con la mirada perdida en la nada.

Este hombre del que hablo comenzó a tener una actuación brillante bajo la sombra de su paisano, el General Calles. En orografías desérticas y temperaturas altísimas, templó su carácter. Con coraje combatió al traidor Victoriano Huerta, en busca de la justicia que se había perdido.

 

Un buen día se decidió por apoyar a Carranza. Visualizaba en el viejo el talento de un estadista con capacidad de organizar las bases de una nación. Se esmeró en cumplir todas las misiones encomendadas combatiendo a villistas y zapatistas, peleaba con inteligencia formulando estrategias para mover las columnas de ataque, producto de su fino talento; su experiencia se iba enriqueciendo y gradualmente escalaba grados militares. Aunque servía con fidelidad y lealtad a las tropas constituyentes, no comulgaba con el “carranceo”, es decir, con los excesos en los que a veces incurrían dichas tropas.

 

Los minutos transcurrían lentos para el pobre notario, su rostro se le notaba demacrado y solo deseaba llegar a su oficina. El eco de su voz solo resonaba en sus adentros.

Al joven militar le acompañaba el infinito deseo de encontrar la llave que abriera la puerta al bienestar social. Solamente los ojos buenos veían su investidura de libertador. En cada combate bélico el corazón se le ensanchaba, con su ejército cruzaba el monte en cualquier circunstancia. En pleno corazón de la Revolución, su estrella comenzó a iluminar su camino y lo condecoraron con el emblema de General Brigadier.

 

En su buen desempeño encontró la recompensa y fue enviado a Europa por el gobierno para tomar un curso de adiestramiento militar. A su regreso implantó las bases para modernizar el ejército mexicano. La Revolución había terminado cuando fue nombrado con justicia General de División.

Con el General Francisco Roque Serrano mantenía el mismo sueño. Es probable que en su pensamiento proyectara una nación libre de ataduras y pensó que para conseguirla él debería dirigirla. Sin pensarlo más solicitó licencia y lanzó su candidatura para la presidencia de México. Encontró apoyo en el Partido Nacional Antireelecionista.

 

El infortunado notario involuntariamente le comenzó a temblar el cuerpo, su frente perlaba de sudor y sentía, la urgente, sensación de desahogar la conciencia, mientras los minutos continuaban avanzando.

Estoy seguro –aseguraba el notario en sus adentros mientras se dirigía presuroso hacia su oficina– de que ese fue su pecado mortal. A partir de ese momento se le consideró un prófugo, por lo cual vino a refugiarse a nuestras montañas, que conoce a la perfección. Desgraciadamente, algún traidor lo entregó y esta mañana, como ya mucha gente lo presenció, injustamente fue sentenciado a muerte.

Es verdad, yo redacté las actas, y fui incapaz de negarme ante la siniestra amenaza de los soldados. Pero mi conciencia está tranquila.

Por unos instantes, el notario detuvo su paso y su mirada se centró en el horizonte en el que se pierde la calle que lleva al panteón municipal. Luego experimentó un vuelco en el corazón al tiempo que en su mente aparecía la imagen del General de División Arnulfo R. Gómez recibiendo las balas que en ese momento le estaban arrebatando la vida.

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx