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Era jueves

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Por Héctor Larios

Un día como hoy pero de 1985, 19 de septiembre un terremoto sacudió al entonces Distrito Federal, las paredes crujían, las vibraciones hacían que los muebles golpearan los muros. Beto de escasos tres años, dijo: “un tren entró a la casa”. Unos más asustados que otros salieron a las calles a ver que sucedía. Los teléfonos no tenían línea, hubo cortes de luz en la ciudad. Sólo los ricos contaban con teléfonos celulares, eran unos ladrillos. Había que buscar a los nuestros en las escuelas, casas, centros de trabajo. El transporte colectivo Metro, no daba servicio, tampoco los tranvías y trolebuses, los camiones eran escasos.  Los semáforos no funcionaban, la ciudad tenía otro rostro. Era incertidumbre, angustia que provoca no estar informado de qué ocurre. Algunas calles estaban cerradas, no sabíamos por qué, nos imaginábamos pero no dimensionamos la magnitud del fenómeno. Conforme avanzamos, tuvimos que circular en sentido contrario, encender las luces en plena mañana y las intermitentes también. Llegamos con los abuelos, todo bien, tan solo una cuarteadura en la sala de la vieja casona. Ahora vamos a la colonia Morelos, al corazón de Tepito, había que ver el taller, en el trayecto, bomberos, sirenas. Al transcurrir el tiempo la ciudad era un caos. Encendimos el radio AM, al aire en vivo, Jacobo Zabludosky, iba narrando en vivo con un teléfono celular lo que iba encontrando a su paso, su olfato periodístico hizo de aquella tragedia una lección de comunicación, detallaba su paso por el eje central y sus edificios derrumbados, del centro de la ciudad hasta la colonia Roma olas de polvo se levantaban, mientras nosotros en el volkswagen naranja nos encontrábamos en silencio escuchando la crónica y los mensajes de ayuda a ciertos lugares.  Por fin llegamos al taller, estaba intacto el viejo predio, una construcción de finales del siglo XIX, increíble.

 

 

El abuelo despacho a sus trabajadores para que fueran a ver a los suyos. Al regreso, las personas pedían aventón, llevamos a un par sobre la ruta, en las calles centrales caminaban decenas con palas,  picos, cascos, varios llevaban radios de transistores, escuchaban la cruda realidad transmitida  sin cortapisas, sin censura, las personas se volcaron a las calles para ayudar. Pasamos por Tlatelolco, la tragedia iba descubriéndose. Insuficientes los carros de bomberos y personal de protección civil, la policía, no aparecía. Gestos de solidaridad nos levantaban el espíritu, sin convocatorias, ni acarreos acudieron a levantar la ciudad. En mi pensamientos quedó una hipótesis, la ausencia de control de la información permitió la movilización ante la tragedia la sociedad civil emergió en las calles, antes solo estaba en la academia.

Edificios derrumbados, negocios, casa habitación, las personas con pañuelos como tapabocas, ayudaban a quitar escombros, no llevaban guantes, ni calzado adecuado, las suelas de mis tenis se calcinaron al pisar los fierros retorcidos. Señoras llevaban agua, tortas para los voluntarios, todos se ayudaban ahí en la calle. Por cierto, en Palacio Nacional, jóvenes diputados de la verdadera izquierda exigían al Presidente Miguel de la Madrid y al Regente, Ramón Aguirre, una intervención inmediata ante su parálisis. Fueron ignorados y amenazados por soldados que les cortaron cartucho. En el Congreso, continuaban exigiendo actuar con prontitud y eficacia. 34 años después diputados priistas, aplaudidores del sistema se negaron a dar una respuesta solidaria, hoy son miembros de Morena. Un país sin memoria. Días después, también llegó la corrupción, se duplicaban facturas para todo lo que tuviera que ver con los albergues. Ante la tragedia unos la pena y otros a la pepena.

Se institucionalizaron los simulacros, ¿qué más aprendimos? Además de No corro, No grito, No empujo.

Hace unas semanas en Coatepec un accidente en la ex autopista, colapso el tráfico vehicular y encerró a centenares de automovilistas que se quedaron varados. ¿Hay algún plan de evacuación en caso de emergencia?

 

 

 

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