Por Ramón Durón Ruíz (†)

En La Columna del Hermano José, encontré la siguiente historia titulada: “Día del Silencio”, misma que me encantó: “De acuerdo a una antigua fábula, tres hombres en una ocasión decidieron entrar en la práctica religiosa de absoluto silencio. Ellos, de forma mutua, acordaron mantener un día de silencio, desde el amanecer hasta la medianoche, momento en que se esperaba la aparición en el horizonte de la luna llena.
Se sentaron con las piernas cruzadas durante horas, concentrándose en el distante horizonte, ansiosos de que la oscuridad los envolviera.
Uno de ellos sin querer observó:
–– Es difícil no decir nada en absoluto.
El segundo respondió:
–– Silencio. ¡Estás hablando durante el tiempo de silencio!
El tercer hombre suspiró y luego alardeó:
–– ¡Ahora yo soy el único que no he hablado!”1
Cuando te das cuenta que el camino de muchos gira en torno a ser dueño eterno de la razón, en donde el rumbo es hablar –en vez de aprender del silencio interno–, acción que evita que tu vida funcione armónicamente, debido a que hace a un lado la conexión directa de la abundancia de dones y de bienes que provee el ejercicio del silencio con el todo.


Cuando tienes la humildad de hacer un ejercicio diario de silencio: fluye en ti la sabiduría innata de tu vida, te conecta con la fuente interna del amor, que es con la que llegaste a esta carnalidad, recordándote que hay tiempo para todo, pero que éste siempre corre a tu favor cuando sabes aprender del poder del silencio que da la meditación interna.
El silencio lleva la paz; primero a tu cuerpo, de tu cabeza a tus pies; después a tu mente y posteriormente a tu alma, en esa trinidad maravillosa que te hace un ser excepcional cuando están tus sentidos armonizados.
El valor intrínseco del silencio, te lleva a reconocer que en cada 60 segundos de odio, resentimiento y rencor, te genera inevitablemente dolor, malos momentos y con ellos cortisol, químico que tu cuerpo segrega cuando llega el estrés, que daña tu sistema inmunológico y que te lleva al desencuentro de las bendiciones que el todo tiene para ti.
El silencio que se logra con el poder de la meditación, te lleva a jerarquizar tus prioridades, a aprender, a atender tu cuerpo, tu mente, tus sueños, tu familia, quizás ellos HOY te requieran pero en el fondo tú los necesitas más.
La vida del Filósofo de Güémez, gira en torno a cuatro ejes cardinales: 1)- El ejercicio de su cuerpo, que es vital para su salud física; 2)- Alimentar su vida con actitudes mentales positivas, necesarias para que sus sueños puedan volar; 3)- El ejercicio del humor, que le armoniza mente, cuerpo y alma, y 4)- La práctica del amor que le dice que está aquí formando parte del milagro de la vida como parte de lo divino que ha bajado hasta lo humano.
Los cuatro puntos cardinales de este viejo campesino te llevan a reconocer que DIOS tiene un plan amorosamente enorme para ti… Por eso ¡confía! Confía significa con fe, y si tienes fe, lo tienes todo.
En el valor del silencio se aplica la paradoja del sentido de Séneca: “No llega antes el que va más rápido… sino el que sabe a dónde va” y el ejercicio del poder del silencio de mente, cuerpo y alma te lleva a decir que tu camino es la felicidad y el éxito.
Lo anterior me recuerda la ocasión aquella en la que Moisés leía los diez mandamientos; el silencio era sepulcral, cuando leyó el séptimo:
–– “No desearás a la mujer de tu prójimo…”
Un murmullo inevitable se hizo entre la multitud que fue in crescendo, situación que obligó al profeta a decir:
–– ¡Esperen!, eso es lo que dice el mandamiento… ¡VEAMOS QUÉ DICE LA JURISPRUDENCIA!
1 hermano-jose.blogspot.com
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