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HURACÁN RAMÍREZ

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HURACÁN RAMÍREZ

Rafael Rojas Colorado

 

El día que cumplí setenta y tres años, o sea el veintiocho de marzo, como cada año lo hacen, me visitaron mis hijos, nueras, yerno y algunos nietos, porque otros radican en lugares distantes. La finalidad acompañarme en la partida de pastel y recibir un abrazo de felicitación. Momentos emotivos de mi existir, el ver que mis hijos me quieren lo mismo a su mamá que es el alma de esta familia. Antes de partir mi pastel y pedir un deseo, Mi nuera Carmen, me entregó de regalo una cajita y me pidió que la abriera. Fui retirando la cinta adhesiva que mantenía cerrada la bolsita de cartón, imaginé un perfume o, quizá chocolates o dulces, nada de eso, al quedar al descubierto el regalo se trataba de un mini muñequito, réplica del luchador Huracán Ramírez, gladiador de los años sesenta en los mejores coliseos nacionales compartiendo créditos con los más famosos luchadores de la época de oro de este deporte, por ejemplo, El Santo, Blue Demon, Sugi Sito, Gori Guerrero, Ciclón Corona, El Médico Asesino, y entre muchos más como Tarzán López, Ciclón Corona. Mi nuera Carmen y mi hijo, asistieron a un evento cultural que se organizó en la ciudad de México. Una sección donde se exhibían máscaras, playeras, muñecos (réplicas de luchadores) y muchos objetos icónicos de la lucha libre nacional.

 

            Cuando sostuve el muñequito enmascarado de azul cielo y vivos blancos en la máscara, me entonaron las mañanitas. Entre el luchador de artesanía y las voces que cantaban, emergió el rostro de mi padre y yo a su lado en las gradas de la Arena Xalapa. A esa localidad me llevaba mi progenitor, solía decirme que de ese punto se apreciaban mejor el espectáculo de los costalazos y estábamos fuera de peligro que algún luchador nos lesionara al salir del ring. Los domingos asistíamos a las seis de la tarde para ver las figuras locales y estatales: Chucho Monrroy, El Angelito, Pantera, Ray Márquez, Hiraclys Fenerly, Alberto Rojas, entre muchos más. Los jueves a las ocho de la noche para conocer a los mejores luchadores nacionales de la época. En esas funciones se anunciaba a Huracán Ramírez, subiendo al cuadrilátero enmascarado y con una capa que lo hacía ver como a un príncipe de la edad media. Se lucía cuando aplicaba la llave de su inspiración, la “huracanada”.

 

La gento lo vitoreaba y aplaudía y no deseaba que la lucha terminara, siempre brindando un buen espectáculo porque fue todo un profesional de la lucha libre. El respetable público como solían decir los cronistas de México, provenía de los barrios y suburbios, gente que se entregaba con suma pasión por su luchador favorito y que estaba dispuesta a cualquier cosa, uno de esos ídolos lo fue el Huracán Ramírez. Me tembló el cuerpo de emoción cuando lo vi por vez primera subir al ring de la Arena Xalapa, se ubicaba en el barrio de Sayago. No daba crédito al verlo igual que a otros, volar en tope desde un poste del ring para descargarlo en el pecho del rival, las patadas voladoras, maromas, candados y tijeras, pero, sobre todo, esa musicalidad que se genera en el entorno entre luchadores y espectadores y que nunca se borra del alma del aficionado. Ese recuerdo que no se olvida y a través de los años se muda en nostalgia, pero que hace posible volver a ver inolvidables rostros del pancracio, máscaras y cabelleras, técnica y rudeza, gritos y aplausos. Recorriendo las provincianas calles los voceros de periódicos deportivos con su pregón, “Hoy lucha Huracán Ramírez contra Blue Demon” etc. y la afición haciendo planes para asistir al crucial encuentro. Reconocer a los amigos y conocidos que asistían a presenciar la lucha libre, solo porque se sentía esa necesidad de estar presentes en las butacas desbordando la pasión y apoyando a su ídolo favorito. No fueron pocos los luchadores que vi llegar a la Arena con sus maletines en la mano y vistosas máscaras de vivos colores, pero las cámaras fotográficas eran muy escasas. Esas imágenes solo están neblinosamente presentes en la evocación. Si me preguntan si fui feliz en esos eventos deportivos a los que acudía con mi papá y a veces, también mi mamá, les respondería, si volviera a vivir esa etapa me gustaría que se detuviera para seguir viviendo la inocencia que acompaña a un niño.

 

            Gracias Carmen, por tan sublime regalo en el que implícitamente está presente parte de mi niñez, la que admiró a Huracán Ramírez y a la lucha libre en general; la que me hizo soñar que yo también podía tirar patadas voladoras y las practicaba en las matas de plátano bajo la sombra de los árboles, aunque las caídas si fueron dolorosas, pero las intentaba una y otra vez mirando en mi imaginación que estaba dentro de un ring para la lucha libre. 

 

rafaelrojascolrado@yahoo.com.mx