INSOLENCIA
INSOLENCIA
Martín Quitano Martínez
La insolencia es el
escudo de la desvergüenza y la fortaleza de la cobardía.
Ignacio Manuel Altamirano
El presidente no se inmuta
ante lo que suceda afuera del palacio. Nada parece incomodarlo, excepto sentirse
acorralado cuando desenmascaran las chapucerías o negocios ilícitos de sus
hijos, sus círculos familiares, o su más cercano círculo de incondicionales,
porque vulnera su autoproclamada condición de honestidad valiente. Toca
entonces aplicar la estrategia de fuga, con sonrisas socarronas, o reacciones
grotescamente burlonas, haciéndose la víctima, aludiendo un chiste o acusando
de improbidad a cualquiera de sus enemigos sin prueba alguna.
Misma estrategia aplica ante
los asuntos más graves o dolientes de nuestro acontecer nacional, o ante todo
aquello que para muchos merece atención inmediata, solidaridad superior,
consternación mínima, pero no. En su discurso solo caben sus narrativas, sus
asuntos, sus prioridades. Lo demás no importa, es secundario o es una treta de
sus opositores para desprestigiarlo.
Hasta antes de ungirse, el que
fue candidato opositor señalaba y vilipendiaba la figura presidencial, en
muchísimas ocasiones con razón, sin embargo ahora que ocupa la silla, seguido
se pronuncia sobre su preocupación por proteger la investidura del cargo, que
pueda ser “manchada” por quienes lo critican ya que considera que complotan
contra él. De esa manera, el presidente se fuga en la “transformación” de un
México imaginario, que no existe y que solo convence a sus fieles, pues en la
realidad no atiende los dolores diarios de millones que se suponía eran la
respuesta de un proyecto alternativo ante los desvaríos e impunidades del
pasado inmediato.
Llega a resultar incómodo el
regocijo que le provoca mostrarse con la “suficiencia” para negar lo evidente,
fanfarroneando con sus otros datos, suponiendo que se le creen las mentiras
diarias. Supone también que con eso apoya a su candidata y da continuidad a
“su” proyecto de gobierno. Así es la visión de un personaje que se solaza en un
ego mayúsculo que lo hace caminar desnudo, creyendo que sólo los opositores no
pueden mirar su vestido de transformaciones logradas.
Día a día, el país muestra las
inconsistencias y las mentiras de un discurso que pretende esconder la crisis
por los incumplimientos evidentes, por la arrogancia del presidente y sus
defensores. Sus principales banderas han quedado como compromisos olvidados,
como retóricas que se malograron nada más llegar, porque asumieron que solo era
necesario creerla y no cumplirla. El ejercicio administrativo y político
evidenció las incapacidades del “movimiento”, pero más aún, descarnó sus verdaderos
rostros descompuestos.
Mantener la cerrazón y el
desprecio hacia los que piensan diferente ante los graves problemas del país, insistiendo
en la petulante posición de la verdad incuestionable mientras el país sufre,
son claros signos de autoritarismo. Lejos están las posibilidades de reconocer fallas
autocríticamente, impensable esperar que, ante la magnitud de las
circunstancias que lastiman a mayorías, pueda existir la voluntad de convocar a
la unidad nacional sobre la base de una humildad y generosidad política que
tanta falta nos hace.
Llegaremos al 2 de junio en un
ambiente que no avizora una fiesta democrática. Las turbulencias presentes desde
ahora solo podrán ser contenidas por la valentía de una gran participación
ciudadana, que asuma la responsabilidad de los momentos y las circunstancias,
que razonadamente y en paz, frene cualquier intentona insolente y desvergonzada
de romper nuestra cada vez más débil democracia.
DE LA BITÁCORA DE LA
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