La caja mágica
Rafael Rojas Colorado
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Para Aída Valdepeña
Aída posee el don de la sensibilidad: al entorno y la fantasía los muda en sutiles inspiraciones poéticas, su alma es la fertilidad de la que brotan como lluvia incesantes palabras que desflora en cálidos versos dedicados al amor a la vida. Ella nació en un tiempo y espacio y su espíritu golondrino la conduce bajo diversos cielos. Hoy las alas del viento la acercaron a este pueblo de ensoñación que le muestra las cúpulas de sus iglesias, los tejados, la nostalgia de sus barrios, la niebla y el aroma de su café; un paisaje que la abraza dándole la bienvenida.
Aída cumple con una cita en esta provincia: enriquecer con su palabra el seminario de escritura, enseñar al grupo de aspirantes a escritores que la poesía la inspira el espíritu con los matices más expresivos de la vida, brindándole un sentido al existir humano. Atentos, los estudiantes, no deseaban perder el mínimo detalle de la clase; cada expresión verbal, cada entonación de las palabras parecían quedarse impregnadas en la atmósfera de ese entorno que envolvía el aula y la clase de poesía.
En el fondo de su ser los alumnos imploraban que las manecillas del reloj avanzaran con lentitud, la clase se había tornado un recital poético; así lo percibían los integrantes del grupo estudiantil, dejándose conducir en ese éxtasis de palabras y versos que la voz de Aída develaba con cierta musicalidad, dejando al descubierto el alma de cada vocablo, su raíz, su esencia y su metáfora; el poder de la palabra al alcance de todos.
El tiempo es efímero y poco a poco se fue acercando el final de la clase. Un síntoma de nostalgia comenzó a invadir el sentimiento del alumnado. En breve todo terminaría y nuevamente la distancia perdería en su lejanía la presencia física de Aída. Sólo Dios sabe si alguna vez vuelvan a coincidir. Fue inevitable que el reloj marcara las trece horas y, con ello, el final de la clase. Agradecido por el nuevo conocimiento adquirido, cada alumno se fue despidiendo de Aída, le pedían volver lo antes posible. Ella, con su natural sonrisa, también les agradecía su asistencia a clase y las muestras de cariño y hospitalidad. Algunos no pronunciaron palabra alguna a causa de la emoción, la garganta anudada se los impedía, sólo se concretaban a un abrazo o apretón de manos; así expresaban su gratitud a la poeta.
Cuando Aída desapareció en el umbral de la puerta, los alumnos, en silencio y con cierta tristeza, volvieron a sentarse alrededor de la mesa de trabajo. Fue entonces que uno de ellos colocó en el centro de la mesa una caja de plástico, la encendió y de pronto emanó la cálida voz de Aída, acentuada y expresiva, que a través de la poesía juzgaba hermanar a la humanidad. El atrevido que plagió la voz de la poeta refirió a sus compañeros:
–Como pueden ver, este dispositivo electrónico aprisionó para siempre la voz de la poeta, aprisionó su voz y, a través de la misma, su belleza espiritual. Aída Valdepeña se queda con nosotros, gracias al alma de esta caja mágica llamada grabadora.