LA FIESTA DE LA CANDELARIA Y BENDICIÓN DE SEMILLAS
Dr. Jesús J. Bonilla Palmeros
Cronista de la ciudad de Coatepec
Las sociedades indígenas del México prehispánico, utilizaron dos calendarios básicos para el registro del transcurrir del tiempo. Entre los grupos nahuas se contabilizaban periodos de doscientos sesenta días a través del Tonalpohualli, “cuenta de los días”, dicho calendario se integraba por veinte figuras en combinación con trece numerales, de tal forma que su composición era de veinte trecenas, las cuales estaban regidas por entidades tutelares para casa trecena, los dioses del día (tonaltecuhtli) y dioses para la noche (yohualtecuhtli). La función del calendario era de carácter augúrico y regia todas las actividades que llevaba a cabo el ser humano, en lo referente a su composición de doscientos sesenta días; se ha propuesto que se corresponde con nueve ciclos lunares, de igual manera con la duración de un periodo de gestación, y las nueve lunas del ciclo agrícola.
Las combinaciones de los días del Tonalpohualli a su vez regían la cuenta del Xihuitl, “año solar”, calendario de 360 días divido en dieciocho veintenas y cinco días aciagos denominados nemonteni. Cada una de las veintenas estaba dedicada a una o más deidades del panteón indígena, a las cuales les procuraban una serie de rituales y ofrendas, mismas que se corresponden en su mayoría con aspectos cíclicos de carácter solar y agrícola.
Los ritos y ofrendas a las entidades del panteón mexica durante las primeras trece veintenas, se relacionan principalmente con el culto agrario, y como característica distintiva implica el sacrificio de individuos con base en analogías simbólicas conforme avanza el desarrollo de las plantas de maíz, así tenemos que en las primeras veintenas se llevan a cabo los sacrificio de niños cuyas edades van en aumento conforme avanza el ciclo agrícola, posteriormente se sacrifican jóvenes y culmina con la inmolación de personas adultas en las últimas veintenas.
A la llegada de los doce franciscanos se establecen las primeras cuatro diócesis con el fin de iniciar en forma el proceso de evangelización, actividad que de entrada implicaba acercarse a sociedades de las cuales se desconocía prácticamente todo, de tal forma que lo más apremiante era el aprendizaje de los idiomas y establecer una comunicación fluida con las sociedades locales. Otro de los retos era el erradicar los antiguos ritos y sus deidades, al grado de que los religiosos recurrieron a la sustitución de antiguas entidades por imágenes Cristológicas y Marianas, o en el más sencillo de los casos entronizar la cruz en los espacios sacralizados de tradición indígena. En lo referente a los cultos domésticos y/o de carácter agrario, quizá les fue muy difícil a los frailes el poder identificar ciertas costumbres; de tal forma que las ofrendas en relación con el ciclo agrícola, y la serie de creencias que se realizaban en torno al desarrollo de los productos agrícolas, no despertaron sospecha alguna a los ojos de los religiosos, y no en pocos casos debieron de sincretizarse con algunos rituales de la propia Iglesia Católica. Sobre todo si tenemos presente que las actividades agrícolas de las sociedades locales, se vieron ampliamente influenciadas con la introducción de nuevos productos agrícolas, instrumentos de labranza y costumbres de tradición europea vinculadas en relación a la agricultura.
En lo referente al desarrollo del calendario litúrgico católico, en el que se especifican una serie de festividades durante el año, no debió pasar desapercibido a los indígenas; ciertos paralelismos entre sus antiguos dioses y entidades católicas, aparte de las similitudes entre los sacramentos, rituales, y concepciones de carácter cíclico en relación con la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. De tal manera que se fueron dando una serie de reinterpretaciones por parte de las sociedades indígenas, al grado de que se originaron diversos procesos sincréticos, cuya base es la combinación de antiguas prácticas religiosas de tradición mesoamericana con los rituales y entidades católicas. Punto de partida para el desarrollo de una serie de actividades religiosas que se circunscriben a lo que actualmente se define como culto popular, y difieren en parte de las disposiciones de la Iglesia Católica. Solamente así podríamos comprender el origen e importancia de las tradiciones locales; en la serie de ritos que se llevan a cabo en los cerros, las tierras de cultivo, las cuevas, en los espacios domésticos y funerarios, que no son reconocidos por la propia Iglesia.
Actualmente podemos observar los remanentes de varios ritos de carácter sincrético, principalmente en relación con el ciclo agrícola, cuyo desarrollo era de vital importancia para las sociedades indígenas, y del cual podemos observar en el Códice Borbónico la relación de las dieciocho veintenas en que se dividía su año solar y el complemento de cinco días denominados nemonteni. La primera veintena se denominaba Izcalli, “crecimiento, levantamiento” en referencia a los cambios observados a nivel naturaleza, dicha veintena el sacerdote-cronista fray Bernardino de Sahagún le ubica del 2 al 21 mes de febrero, y marca el inicio de la serie de rituales en relación con el ciclo agrícola.
Actualmente podemos observar los remanentes de las prácticas sincréticas durante la festividad de la Candelaria, en relación con la bendición de frutos y semillas en la iglesia de Cosautlán, hasta donde llegan cada vez en menor número los coatepecanos, quienes fieles a las antiguas tradiciones realizan la visita en el afán de cumplir con la tradición, y llevar a bendecir las candelas junto a rollos de hierbas olorosas y algunas semillas.
Las simientes recién bendecidas se utilizarán para dar inicio al nuevo ciclo agrícola, a lo largo del cual se llevan a cabo una serie de prácticas propias del culto popular, entre las que destacan: las palmas de “Domingo de Ramos”, las fiestas a la Santa Cruz (fincas, pozos y bocacalles), festividades a San isidro Labrador, y otras hasta culminar nueve meses después con las ofrendas de “Todos Santos”. En su conjunto la secuencia de ritos y prácticas sincréticas permiten destacar la importancia del ciclo agrícola para las sociedades mesoamericanas y sus descendientes, así como las analogías simbólicas entre las nueves lunas del ciclo agrícola y el periodo de gestación del ser humano.