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LA IGLESIA DE GUADALUPE

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El cólera morbus es una peligrosa afección; su etimología se origina por dos expresiones: del latín morbus, enfermedad y del griego chole, bilis; es decir, enfermedad de la bilis. Este mal fue identificado hacia el año de 1817 en la India, en la zona de Bengala; en poco tiempo, saltó hacia Birmania. En menos de tres años, la pandemia provocada hizo su aparición en Malasia, Filipinas, y China y para 1829 y 1830, la Europa sufrió la afectación de esta terrible enfermedad. Procedente de Inglaterra, llegó al continente americano en los barcos que arribaron a Quebec, extendiéndose a New York y a territorio nacional, entró por los puertos de Tampico y Veracruz, según los registros que se tienen del año de 1833.

En aquellos mismos meses, Coatepec, poblaciones cercanas y rancherías, se vieron seriamente afectadas con la asoladora epidemia. En las calles desiertas y silenciosas, solo se percibía a distancia los pasos de los que corrían con el escapulario en el cuello, en busca de auxilio o de remedios caseros. La parroquia de San Jerónimo mantenía las puertas abiertas; los fieles entraban y de rodillas clamaban piedad al creador.

El gobernador del estado, Antonio Juille Moreno, ocupado en resolver los conflictos nacionales de Antonio López de Santa Ana contr

a Valentín Gómez Farías, dejó a su suerte a la capital y a esta población. Las autoridades locales con lo único que resolvieron, fue con el precepto de ley que, dos años antes, el gobernador constitucional en turno, don Sebastián Camacho, había ordenado: la construcción de los cementerios, siendo los párrocos locales, los que se ocuparon de enterrar a los difuntos.

Al sentirse en el desamparo total, sin contener el contagio, los aterrorizados habitantes coatepecanos, no tuvieron opción más que el de invocar las divinas misericordias, esta vez, a la madre del Altísimo.

La señora Dolores Contreras, vecina de esta localidad, congregó a muchos vecinos, para rezar una novena a la Santísima Virgen de María Guadalupe; la imagen fue sacada en andas, para que, en larga procesión todo el pueblo se postrara. En la misma proporción de que el mal incrementaba sus estragos, el fervor a la virgen hacía lo mismo. La respuesta, aunque no inmediata, fue halagadora: por fin, y gracias a las solemnes misas rogativas, el mal fue mitigado.

Doña Dolores y sus allegados, en los siguientes años, persistieron con la devoción original nacida en eventualidad tan crítica, y se comprometieron a mandar a decir misas en honor a la Santísima aparecida en el Tepeyac, los días doce de cada mes, sobre todo, la del 12 diciembre, instituida como fiesta en la iglesia mexicana. Al mismo tiempo, doña Dolores, con vehemencia, les comentaba de las apariciones a Juan Diego, animando así a sus coterráneos a la adhesión para invocar a MARÍA DE GUADALUPE ante todas sus necesidades. Con esos motivos, incitaba a la construcción de un templo dedicado a esa deidad, poniendo de inmediato manos a la obra, para adquirir el terreno y levantar el santuario.

Amigos, este cuento continuará, no sin antes recordarles el refrán que dice: “Por la virgen de Guadalupe, se empapa la tierra y el agua escupe”

¡Ánimo ingao..!

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz

 

 

 

 

 

 

 

 

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