LA LEVEDAD DEL BIEN Y DEL MAL
LA LEVEDAD DEL BIEN Y DEL MAL
Por Uriel Flores Aguayo
Siempre se ha usado la expresión «la
levedad del mal» como una forma de referirse a los hechos y las personas
que hacen mal sin darse cuenta de sus efectos, aparentemente. Me parece que, en
un sentido inverso, también se puede decir que existe la levedad del bien,
aunque en este caso, con mayor conciencia de lo que se está haciendo. Por
supuesto, por razones históricas, dado que se acuñó al final de la Segunda
Guerra Mundial, para definir la actitud de los nazis genocidas, es la expresión
alusiva al mal la más usada y conocida. Los peores crimínales alemanes, algunos
tuvieron que ver con campos de exterminio, simplemente se encogían de hombros y
aducían haber recibido ordenes superiores cuando eran interrogados por sus
juzgadores. Esa postura se reproduce con distintos grados en gobiernos de
diversa ideología y con o sin democracia. Es más fácil y común que ocurra en
regímenes autoritarios donde hay mando vertical y débiles o nulos controles,
así como baja o inexistente transparencia.
Es un sistema político determinado, como
conjunto, el que hace posible cualquier tipo de errores, absurdos y actos
dolosos. Las justificaciones son muchas, van de la rutina institucional hasta
algún tipo de ideología o doctrina, aunque casi siempre no pasa de algún tipo
de personalísimo y propaganda. Los peores actos crimínales o cadenas de
injusticias tienen que ver con aspiraciones de grandeza de algún líder o grupo,
justificados en proezas utópicas como salvar al mundo o propiciar una especie
de hombre nuevo. A más sueños o fantasías corresponde distancia de la realidad
y una gestión simuladora o, de plano, mentirosa. En cambio, si hicieran lo
básico o un poco más pero con normalidad, siendo eficaces y transparentes, sin
buscar una base para su imaginaria estatua, no tendrían que caer en la levedad
del mal.
Un mayor poder o alto nivel de
responsabilidades es la antesala para hacer el bien o el mal. Son los campos de
la justicia y la seguridad ciudadana donde se propicia y se nota un
comportamiento que se puede apartar de la legalidad y el respeto a los derechos
humanos. Lo vemos con clara actualidad en nuestro Estado, donde se actualizó el
delito de ultrajes a la autoridad y han surgido muchos casos de represión a
inocentes. Pésima asesoría jurídica o intencionalidad política condujo a un
absurdo legal, aplicando elevadas penalidades para un delito menor, no grave, y
de difícil tipificación, tan general que puede ser usado de las maneras más
ocurrentes y abusivas. Las policías preventivas y ministeriales en casos
grabados y perfectamente claros han sido mostradas agrediendo a muchos
ciudadanos, los que por contar con videos han podido pedir auxilio público y
recuperar su libertad en algunos casos.
Estamos ante una decisión política, actos de
Gobierno, que resolvieron proceder de forma hostil y represiva. No hay
atenuantes, a la cúpula le resulta responsabilidad. En la cadena de mando
siguen los funcionarios medianos hasta llegar a los elementos operativos.
Conscientemente los jefes de arriba tomaron el camino inmoral y de la ilegalidad
dando órdenes para dañar integridades y libertad de personas, mientras que sus
subordinados las acatan por obligación o por coincidir con ellas. A la luz de
las evidencias, ya con las intervenciones de Senadores y la CNDH, deben venir
los deslindes de responsabilidades y los efectos reparadores correspondientes.
Tiene que desterrarse la impunidad y la amenaza institucional. Nos merecemos
seguridad y justicia. Reduzcamos al mínimo la posibilidad de que se invoque la
levedad del mal. Su dolo y perversidad debe quedar perfectamente documentada y
juzgada.
Para VERACRUZ debe inaugurarse
la pesadez del mal, donde no haya pretextos y justificaciones. Estamos ante
actuaciones graves, con autoridades delincuenciales y ciudadanía golpeada. Lo
paradójico es que esa conducta absurda, sin sentido, se haga a nombre de
cambios, transformaciones y la revolución de las conciencias. Más allá de la
retórica y de las buenas intenciones, si las hubiera, lo que tenemos es un
conjunto de personajes pequeños con delirios de grandeza, tan alta que les
resultó inalcanzable y ha terminado en forma de cascarón. La realidad, concreta
y terrenal, ha terminado por bajarlos de su nube.
Recadito: exactamente pasó igual con el Gobierno
municipal de Hipólito, mucho rollo para hacer lo mismo de siempre.