Ars Scribendi

LA MUSA DE LOS OJOS VERDES

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Por Rafael Rojas Colorado

 

Relato

Fue espontaneo el momento en el que nuestros ojos se encontraron por primera vez, advertí que seductoramente me miraba, fui incapaz de evadirla, pues en esos ojos estaba presente el encanto que, de inmediato, hechizo a mi corazón.

por un instante me sentí perturbado por esos ojos que no parpadeaban, solo me acariciaban con esa profunda, pero a la vez tierna mirada. Presentía que algo deseaban comunicarme, pero fui incapaz de descifrar esa mirada tan verde como las hojas que abrazan a las flores de la primavera. El rostro de la musa poseía facciones matizadas por la sabiduría de la naturaleza y sus sensuales labios parecían decirme te amo. Aunque ella no parecía pertenecer a extrañas culturas usaba un turbante color rojo que, celosamente, escondía su cabello. Su estatura quizá un metro con setenta centímetros, esbelta y piernas bien proporcionadas, que más podía pedir al cielo, esto realmente se trataba de un milagro que la vida me presentó inesperadamente cautivando por completo a mi espíritu.

La conocí un día cualquiera y no recuerdo la hoja del calendario, ya lo dije que fue de manera espontánea enamorándome a primera vista. Tarde a tarde la iba a ver y por horas me extasiaba en su belleza mientras nuestra amistad se acrecentaba en el transcurrir del tiempo, sin embargo, algo curioso sucedía, a pesar de que parecía que a ella le agradaba mi presencia, lo digo por la forma de mirarme, pues los ojos hablaban por sí mismos, pero nosotros no platicábamos, solo en el lenguaje del silencio nacían las expresiones más bellas, amorosas y delicadas, es más ni siquiera sonreíamos, pero eso poco importaba, aunque parezca extraño, al fin y al cabo lo que más interesaba es que cada vez me sentía más seducido por esa mujer, esa muchacha que parecía desahogar el amor a través de una verde mirada. No me explicaba como sucedió, pero sin darme cuenta abrió las puertas de mi corazón y en silencio penetró por los caminos que conducen a la hondura de mí ser, en verdad la empecé amar como si desde hace tiempo la soñara.

Cada tarde estaba con ella y con suavidad le apretujaba sus manos, con ternura le acariciaba el rostro sin dejar de mirarle sus verdes ojos, en ellos apreciaba un mar de emociones y sentimientos, algo me decía que iban dirigidos a mi persona, me parecía percibir que sus labios deseaban sonreír, pero se abstenía, como si temiera que alguien nos estuviera observando, yo también guardaba discreción frente a los demás, aunque la sentía en cada instante en el palpitar de mi corazón. De esa forma íbamos inspirando un poema de amor y de pasión, un universo de felicidad irradiaba por todos los poros de mi piel por los momentos que juntos compartíamos. Ya no pensaba en nada más que en estar con ella en el palidecer de cada tarde. Los que me conocían decían que andaba perturbado, pero simplemente, por vez primera vez, me sentía enamorado.

Cierto día que fui a verla me recibió con mucha ternura, pero a la vez noté en sus ojos cierta inquietud, algo extraño le sucedía y deseaba decirme, como si me advirtiera que ya no fuera a visitarla, sentí que me rechazaba y leí en sus ojos un mensaje –ya no vengas más, tú no me necesitas, sigue tu camino y olvídame– sus labios no se inmutaron en lo mínimo, las facciones de su faz firmes, ya no se trataba de esa mirada que me seducía hasta el delirio, sino otra que luchaba desde su silencio para alejarme definitivamente de su presencia. Como si expresara que nuestra amistad se la llevó el viento sin avisar. La angustia y la incertidumbre se hicieron presentes de inmediato, el dolor del olvido también, la impotencia se apoderó de mi ser, y el dolor de la nostalgia se sentía incapaz de desistir a nuestra pequeña historia de amor, sin embargo, yo me negaba a renunciar a lo que tanto amaba, a esa criatura que apareció de la nada para irradiar mi vida de dicha y felicidad, ahora la perdía para siempre, las lágrimas asomaron a mis ojos, el frío de la tristeza y la decepción laceraba mi alma, pero ella no podía consolarme ni compadecerme, ¡imposible! ni experimentar remordimiento alguno, la frialdad la acompañaba en todo su cuerpo, pues carecía de alma, aunque parecía ser la mujer perfecta que todo enamorado sueña, pero tan solo se trataba de un maniquí que me había robado el corazón (una muñeca de fibra de vidrio y yeso). Cabizbajo y con el corazón oprimido comencé a caminar lentamente a lo largo de esa calle que me parecía interminable.

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