La resortera
Rafael Rojas Colorado
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La resortera (también llamada ‘charpe’ o simplemente ‘resorte’) fue una distracción que, entre tantas otras, se quedó atrapada en los recuerdos del ayer. Se usaba para matar los pajaritos que libremente volaban por el valle y construían sus nidos en los ramajes de los árboles.
Para obtener una resortera se requería de un tallo de cafeto y, luego, con no poco talento artesanal, se le daba forma a una horqueta. La base era recta y su grosor se acomodaba al tamaño de la mano cerrada de quien iba a usarla; la parte superior formaba una U en la que se amarraban –uno en cada poste de la horqueta– los hilos elásticos de hule extraídos de una cámara de llanta, y justo en el extremo opuesto de éstos se acondicionaba un pequeña trozo de cuero, a manera de honda, que servía como receptáculo de la piedra de río que serviría como proyectil.
La vista del tirador, atenta, se fijaba en medio de los postes de la horqueta; una mano sostenía la base, mientras la otra estiraba al máximo los hilos, y cuando el blanco estaba asegurado éstos se soltaban y la piedra salía disparada a gran velocidad surcando los aires; si daba en el blanco, el resultado era ver la caída de un pajarillo que libre disfrutaba el placer de volar; muchos de ellos quizás en ese momento fueran en busca del alimento para la sobrevivencia en la espesura de la vegetación.
Los días húmedos, acompañados de fina llovizna y niebla besando el suelo, no eran la excepción, pues en ellos los pajaritos brincaban en la tierra picoteando naranjas u otro fruto o tan sólo dormitaban en alguna rama esponjando su plumaje para protegerse del frío. En fin, en cualquiera de estas circunstancias encontraban la muerte, porque así lo deseaba un jovenzuelo, o incluso un adulto, quienes con un piedrazo lanzado con el charpe les reventaban la cabeza o cualquier otra parte del cuerpo.
Los pajarillos más castigados en esa época rural fueron las primaveras, los carpinteros, los ruiseñores y las tórtolas; los tordos tampoco escapaban de los blancos, aunque eran mucho más difíciles de matar, porque con el mínimo soplo del aire escapaban a tiempo de la maldad juvenil. Fue el blanco perfecto una gama común de especies que tan sólo disfrutaban su derecho de vivir. Con las resorteras también se mataban conejos, ardillas y cualquier otro animal que se cruzaba en el camino del tirador con resorte.
Matar pajaritos fue una distracción principalmente de esa inquieta edad que se acercaba a la adolescencia. Con un morral de yute cruzado de costado a costado, lleno de piedra –o las mismas en las bolsas del pantalón–, un resorte y sombrero, se aventuraba en el campo para matar pajaritos solamente por placer.
Fueron costumbres campesinas en las que profanar las fincas para derribar árboles en busca de leña para el brasero de la casa y matar pajaritos, entre otras cosas, fue un modo de vida que entrelaza una época que se durmió en ese evocador ayer en el que si algo sobraba eran fincas, montes y bosques.