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LA VIDA DE UN CONSTRUCTOR

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LA VIDA DE UN CONSTRUCTOR

Los hombres de la construcción cada día se alistan para cumplir su trabajo con entusiasmo, compromiso y profesionalismo, se involucran hasta donde sea posible para dejar satisfecho al cliente, pero sobre todo así mismo. 

Son ellos los encargados de mejorar la imagen de una ciudad, calles, monumentos y casas particulares, aunque la arquitectura es la luz del espíritu constructor, son ellos quienes detrás de las cámaras cumplen amorosamente con su trabajo levantando las edificaciones, sus manos de artesanos son guiadas la inspiración que anida dentro de su ser. Hoy conoceremos brevemente la historia de un hombre de la construcción. Román Alarcón González, desde la infancia, gustaba ayudar a la familia, lo mismo iba al corte de café que a acarrear leña por el rumbo de las fincas el Trianón. Era un infante que disfrutaba la naturaleza cuando desempeñaba esas sencillas, pero importantes tareas y le quedaba tiempo para jugar a las canicas, los picados, encantados y otras distracciones propias de la edad.

En plena adolescencia encontró ocupación en un invernadero ubicado en la esquina de la calle Morelos y Nicolás Bravo; el dueño lo era don José Gómez. Comenzó ganando cuatro pesos diarios. Su tarea consistía en reproducir, regar y vender las plantas, se fue familiarizando con la bondad de la tierra, trabajó un año con ese patrón, pero él pensaba con lo que estaba aprendiendo, dedicarse a la venta de plantas. Por esas fechas conoció a un matrimonio formado por dos excelentes y expertos jardineros, el señor Esteban Huesca y esposa. Ellos le pagaban la cantidad de siete pesos diarios y con la cartera de clientes que tenían en fraccionamientos de Xalapa, el aprendizaje se ampliaba para el joven Román Alarcón que tenía entre ceja y ceja dedicarse a la venta de plantas. Pero la vida le deparaba otra sorpresa.

Don Fernando Mota lo invitó a trabajar, corría el año de 1988, se estaba haciendo una construcción en un terreno que al parecer el dueño lo era don Antonio Melo, junto al colegio Rebolledo estaban los deslindamientos. Esa fue el inició de una experiencia llamada albañilería. Empezó de peón, hacer revoltura, acarrear material y estar atento a lo que necesitara el maestro albañil. Un año fue suficiente, pues era muy observador e inteligente, aunque jamás le daban la oportunidad para demostrar algo más.

La verdadera oportunidad, la que él necesitaba para demostrar su sed de superación personal, se la tendió su tío Leoncio González, ex albañil y en ese momento trabajador de Telmex, pero acababa de contratar una obra propiedad de esa empresa telefónica. El tío le dijo, es hora de demostrar lo aprendido. Todo surgió como por arte de magia, de los adentros de Román, fluían emociones, sueños y anhelos, el deseo de ser un oficial de la construcción, estaba en su prueba de fuego y la cumplió satisfactoriamente la misión encomendada. En adelante todo dependía de él. Fue recomendado a muchos amigos de su tío, entre ellos a Edith Barradas que hasta la fecha le hace buenos trabajos.

Su experiencia la ha enriquecido en el diario vivir, cada vez son más personas las que requieren de sus servicios, avalados por la calidad de su trabajo que en ellos deposita, ha construido infinidad de casas, lo mismo les da el mantenimiento que se requiere. Cuando cumplía 29 años de edad, cruzó la frontera de los Estados Unidos, siempre con los deseos de superarse para beneficio de su familia. Se dejó crecer el cabello, de esta manera en aquel país con esa personalidad, pasó como indio americano –son respetados– y no tuvo ningún problema con la Migra. Se empleo como cortador de aguacates y le fue bien, trabajó dos temporadas, a poco tiempo se integró a la albañilería. Le hicieron pruebas y las pasó satisfactoriamente, lo mismo cambiaba pisos que levantaba muros entre todo lo que confiere a este oficio. Un gringo llamado Richard, le confió edificar su casa, al final quedó satisfecho con el trabajo de Román Alarcón González que tiene dos hermanos trabajando en el país del norte. Aspiró el olor de los dólares, pero el amor a su esposa e hijos fue más fuerte y retornó a su patria.

Con emoción evoca su infancia, estudió la educación primaria en la escuela Enrique C. Rébsamen, en la que recuerda con cariño al profesor Ernesto Cuevas y José Contreras Vásquez. La secundaria la cursó en la Federal Ignacio de la llave.

            Román Alarcón González, nació en 1971 el barrio de José María Roa Bárcenas, prolongación de la Agrícola en la provincia de Coatepec, Veracruz, es hijo del señor Leoncio Alarcón y la señora María González Zamora. El amor rozó su corazón y su unión conyugal se realizó un seis de octubre del año de 1996 con la señorita María Concepción Hernández, con la que procreo dos hijos, José Brandon y María Brenda Alarcón Hernández, el primero le acaban de entregar sus documentos que lo acreditan como licenciado en idiomas por la Universidad Veracruzana, la segunda con maestría en Pedagogía. Gracias a la albañilería, con esfuerzo y mucho orgullo ha logrado apoyarlos junto a su esposa para que los hijos sean profesionistas.

Beverly Hill, una serie de TV que pasaba por el canal cinco le inspiró para bautizar a sus hijos con el nombre de estos protagonistas, muy similares por el idioma.

            Cuando Román Alarcón González termina una construcción, siente orgullo y plena realización, sobre todo, de dejar satisfecho al cliente. Le agrada trasmitir sus conocimientos y experiencias laborales a los jóvenes que lo ayudan en el trabajo, y se siente bendecido por contar con un oficio que es sagrado por que le brinda el diario sustento entre otras necesidades, para el bien estar familiar.

            Cada mañana, el maestro Román de la camioneta gris, como lo identifican sus clientes, lleva consigo pala, pico, cuchara, entre otras herramientas, lo acompaña la felicidad dentro de si mismo porque va a cumplir un nuevo trabajo con la bendición de Dios.

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx