Especial

Las libretas

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Eva Pérez Chávez

 

Contenta llegó Laura, la maestra de sexto grado. Un buen número de alumnos estaban en el salón. Saludó afectuosamente, y como faltaban diez minutos para las ocho, los alumnos se acercaron a platicar con ella. Levantó la mirada y se extrañó de no ver a Joselyn, su mejor alumna. Por fin la vio acurrucada con la cara entre las manos. Extrañada se dirigió a su lugar “Joselyn ¿qué te pasa?”. La niña levantó la vista nublada por las lágrimas y respondió

— Maestra, mis libretas.

— ¿Qué pasa con tus libretas?

Las sacó de su mochila. Estaban destrozadas. Las pocas hojas que les quedaban estaban sucias y rayadas, las demás estrujadas o rotas. Eran un montón de pedazos de papel. Joselyn además de ser muy buena alumna, tenía excelente caligrafía y mejor ortografía, se esmeraba en sus trabajos, sus libretas lucían impecables.

La maestra enojada y perpleja, dijo:

— Niños, necesito saber que pasó. Espero que alguien sea lo suficientemente honesto para decir quién o quiénes cometieron éste atropello.

 

Todos callados.

 

— Siempre he creído conocerlos, ahora veo que estaba equivocada, espero que alguno hable…

 

Los minutos pasaban, se sentía la tensión. Renata, una niña inteligente, bien educada y traviesa, no pudo más. Se puso de pie y dijo —Maestra, yo sé lo que pasó.

— ¡Dímelo! —Dijo la maestra.

— Ayer, después de la escoleta de la Banda de Guerra, nos quedamos tres compañeras. Tere nos dijo que le ayudáramos a hacerle una maldad a Joselyn, porque le cae gorda; pues le hace la barba y platica con Usted. Nos metimos al salón siguiéndole la corriente. Creímos que era un juego. Sacó las libretas y las aventó. Nosotras las cachábamos, luego la ira se apoderó de ella.

 

En ese momento Tere estaba cómo la grana, dispuesta a golpearla

—¡Cállate! —Le gritó a su compañera.

—¡Déjala continuar! —Exigió la maestra, protegiendo por los hombros a Renata.

—¡Me la vas a pagar, chismosa! —Amenazó Tere.

—¡Prosigue Renata!

—Tere agarró las libretas y les arrancó las hojas, las arrugó y las pisoteó.

Gritaba y reía. Era una locura. Las demás y yo, le dijimos que parara. Se calmó hasta que dejó las libretas así como están. Levantamos todo y se lo dejamos en la mochila.

—Pónganse de pie las otras dos. —Dijo la maestra y Marieta y Jenny se levantaron de su asiento.

—¡No puedo permitir esto! —Pensó la educadora.

 

Salió con Tere y Joselyn para ir a contarle todo a la Directora. Ésta le preguntó a Joselyn “¿Qué le hiciste a Tere para que se pusiera así?” —Nada, nunca he contestado, ni hecho caso a sus groserías —dijo la niña.

 

Mandaron a llamar a los padres de las cinco involucradas. Llegaron cuatro, entre ellos una joven guapa, bien vestida, pero prepotente y altanera que a nadie saludó. Reunidos en la Dirección, la maestra dijo que realmente estaba preocupada pues se trataba de un fenómeno actual, conocido como Bulling cuyo nombre se acuñó en Estados Unidos y que llegó a la escuela, pero que este era el momento oportuno para detenerlo. “Opinen —dijo— ¿qué debemos hacer?” Entonces la joven hermana de Tere tomó la palabra y afirmó:

—Sí, los padres de familia debemos frenar esto. Yo exijo que se haga algo en contra de la maestra Laura, que se le despida o que se le cambie, porque está traumando a mi hermana. Ella es la culpable por hacer distinciones, porque tiene una alumna consentida.

 

Las madres quedaron boquiabiertas, la maestra y la directora asombradas. Nadie se esperaba eso, menos el padre de Renata que se puso en pie y dijo: “Señorita, está Usted en un error, aquí las únicas culpables son su hermana, mi hija y las amigas que la siguieron. Es más —agregó dirigiéndose a los demás— la Directora citó a los

padres, así que esta señorita no debería estar aquí. “Es verdad”. Reconoció la Directora. La joven salió dando un portazo mientras la mamá de Tere se disculpaba diciendo que adoraba a su hermana, y se comprometió a comprar las libretas y a hablar con su hija.

 

Tere no volvió a dirigirle la palabra a Joselyn, ni a su maestra. Tampoco estuvo en la fiesta del fin de curso. Todos sabían que decía “pestes” de la maestra y de la escuela. Después se supo que había dejado la secundaria por un hecho parecido. Más la duda permaneció en la maestra, y cada vez que la ve en la calle, ensimismada, desaliñada y rumiando odio, Laura se pregunta ¿Quién habrá inyectado tanto odio en esa pequeña alma, que ahora vaga en el limbo?

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