Especial

Se niegan a morir

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Juan A. Morales.

 

Llegamos puntuales para festejar el cuarenta aniversario de haber egresado de la Escuela Normal, son las nueve de la mañana y frente al Portón del casco de la Hacienda, a guisa de Plaza Cívica, los compañeros se agrupan para rendir Pleitesía a nuestra Bandera, en tanto dan la ordenanza, se agrupan los que ya se reconocieron y presentan a sus familiares. Me cuesta trabajo acordarme de ellos porque son del Grupo “A” y el mío está al extremo opuesto, cuando me encamino hacia ellos descubro que los que fueron mis encarnizados adversarios políticos impiden la circulación y espero, de corazón que como yo, hayan dejado el rencor en el pasado.

 

Egresamos de la Escuela Normal en 1975 y mis sentimientos encontrados, los traigo a flor de piel y me incomodan porque en aquellos días me enemisté con quienes creyeron en la Apertura Democrática y olvidaron el Jueves de Corpus, eso les permitió encumbrarse en la política nacional y, ahí están, en amena conversación. Cuando estoy a un paso, uno de ellos me grita <<¡No! No es posible que un caballo del ejército coma con dieciocho pesos y los Normalistas Rurales, coman con cinco pesos y cincuenta centavos>>, frase que yo pronuncié en un mitin en 1972, me tiende la mano y me da un abrazo, sé que el pasado quedó atrás y respondo con franca emoción, aunque no recuerdo su nombre, sé que es el “Diablo” y no puedo empatar los rostros que veo con la lista de egresados que traigo en la mano, éstos que veo, son tan diferentes de aquellos muchachos con quienes conviví las veinticuatro horas del día, durante cuatro años.

 

Avanzo entre abrazos, risas y bromas porque antes era delgado y ahora soy obeso. Busco a mis compañeros de grupo con quienes desde hace un lustro nos reunimos y hemos fortalecido la amistad, porque a nuestros familiares les resulta incomprensible, que después de cuatro décadas nos prodiguemos afecto, como si nunca hubiéramos dejado de vernos. Calculo que estamos presentes unos noventa de los doscientos cincuenta que egresamos.

 

Me afano por alcanzar a los miembros de mi grupo cuando un hombre de traje gris y corbata roja me dice parsimonioso <<Soy Jaime, del “A”>> y raudo me identifico —Yo, Juan del “D”, pero no logramos reconocernos hasta que el Diablo le grita <<Tellez, ¿qué te dice el poeta?>>, y Jaime Tellez me abraza efusivo, era del equipo de basquetbol, y en un santiamén estamos rodeados de compañeros y como piñata que revienta, una cascada de anécdotas se desparrama y nuestros familiares discretamente se retiran para darnos tiempo en la salutación. En ese momento llega el Camarón, de quien mucho después recordé su nombre, y antes de saludarme, como en aquellos tiempos, me imitó <<”Y, yo que me la llevé al río, creyendo que era mozuela, pero resultó con morcilla”>>, le festejamos el viejo chiste y una voz imponente, situada en el pórtico de la escuela, nos llamó al orden, hicimos los Honores a la Bandera, nos da la bienvenida oficial e hizo un recuento de los hechos que consideró importantes.

 

Terminada la pieza oratoria cerramos el círculo, el Diablo y otro compañero armados con guitarras dirigieron el himno a las “Madres Latinas” y me emociono a tal grado que no puedo cantar y reflexiono en lo que significó para mí la escuela, los compañeros, la lucha social y ese himno que me hermanó a los demás, porque en 1971 pasé del Seminario de Cristo Rey y Santa María de Guadalupe a la Normal Rural y traía conmigo una ideología que chocó con la visión de mis compañeros que conocían y citaban a diestra y siniestra el Materialismo Dialéctico, el Materialismo Histórico, la economía políticas y hasta el más chimuelo masticaba tuercas, y me di a la tarea de conciliar mi doctrina con la filosofía de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), pero fue imposible y cambié mis presupuestos teóricos.

 

Mientras cantábamos con el puño izquierdo cerrado y en alto, como antaño, reflexioné que, por aquel entonces, sabíamos lo que queríamos ser y lo que esperábamos de la vida, prueba de ello, está la cantidad enorme de compañeros que mientras trabajaban estudiaron otras carreras y brillaron en ellas, pero hace tres meses visité una Escuela Secundaria en Xalapa, pregunté a los chicos por sus aspiraciones y me arrojaron un balde de agua fría con sus respuestas: seré “Buchona”, dijo una de las chicas, otro anhela ser sicario y otro más “El mero Capo”. ¡Dios, en estos cuarenta años, algo no hicimos bien!

 

Media hora después nos concentramos a un costado del casco de la Hacienda para hacer “Rancho” y como antaño, nos formándonos armados de plato y vaso para recibir nuestra una ración de café, agua de sabor y Shimbó —Un pollo entero hecho barbacoa y adicionado con cueritos de cerdo y trozos de carne de res, envuelto todo en una penca de maguey y horneado—, la comisión de organización distribuyó los alimentos con agilidad y dejó el espacio impecable cuando concluyó el desayuno.

 

Entonces me llegó el recuerdo de las veinticuatro horas en la vida de un Normalista Rural en 1971: A las 05:00 horas, toque de levante, aseo personal y del dormitorio y dejar la cama bien restirada, de 6:00 a 8:00 horas tomábamos la primera clase, de 8:00 a 9:00 horas se servía el desayuno y de 9:00 a 13:00 horas recibíamos las clases académicas, de 13:00 a 15:00 horas era el receso para comer, descansar un rato, o lavar y planchar algo de ropa, de las 15:00 a 18:00 horas acudíamos a las clases prácticas: agricultura, ganadería o talleres, de 18:00 a 19:30 horas se servía la merienda y de 20:00 a 21:00 horas asistíamos al estudio obligatorio, a las 22 horas daban el toque de silencio y apagaban la luz, pero no íbamos a dormir, sino al comedor donde permanecía la luz encendida, para hacer la tarea y preparar el material didáctico que llevaríamos al otro día a la práctica pedagógica, puesto que, antes de subir al autobús nos revisaban el calzado, la corbata, el plan de clases y el material didáctico, si alguien no cumplía estos requisitos, sencillamente no abordaba el “Revolucionario”, el viejo autobús que ya se quejaba de múltiples achaques y que el “Percas”, su chofer, no lograba remediar.

 

La Escuela Normal fue cerrada el 6 de julio de 2008 por lo que sólo pudimos ver muchas placas metálicas empotradas en las paredes, que enlistan a los alumnos de muchas generaciones, al leer los nombres me encontré con escritores, políticos de todas las corrientes, diputados, gobernadores, investigadores, periodistas, poetas, pintores, guerrilleros y maestros generosos que con su trabajo mantienen vivo el recuerdo de una institución, que salvó del hambre a muchos hijos de campesinos y nos hizo hombres de bien. Quizá por ello, las Normales Rurales se niegan a morir.

 

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