Las “merenjenas”
Norma Carretero Rojano
La casa era hermosa entre las hermosas; a casi una calle del parque de Coatepec, de arquitectura antigua, típica de las casas de este bellísimo lugar. Habitaciones por doquier, un jardín lleno de flores multicolores en cuyo centro se hallaba una fuente con muñecos de piedra y algunas bancas a su alrededor. En el traspatio se encontraba un gallinero, donde efectivamente, se recogían los huevos todas las mañanas, tarea que hacia mi abuelita Flora, y, al fondo existía otro gran bosque, -o por lo menos, yo así lo veía-, con árboles frutales y floripondios. Allí, básicamente crecían chininis, una especie de aguacate, pero de forma y sabor diferentes; más largos, de cascara más gruesa y el fruto, recuerdo que contenía mucha fibra, sin embargo era como la mantequilla del aguacate que comúnmente conocemos. Así también encontrábamos naranjos y limones, pero lo mejor, al menos para mí, era el árbol de “merenjenas”, lo entrecomillo porque durante toda mi infancia supuse que ese era su nombre, que risa, pero Usted comprenderá querido lector… era solo una niña. El fruto era de color entre obispo y rojo quemado, muy parecido de forma a la granada china, y nada que ver con las berenjenas que podemos encontrarnos en los mercados. Su consistencia era jugosa, también roja por dentro, y de un sabor agridulce que yo disfrutaba mucho. Me viene a la memoria todo esto porque era en las tardes de abril y mayo cuando más acudíamos a esa parte de la casa, pues el calor era harto y la visita al bosque trasero se hacía sumamente placentera.
Ahora solo queda el recuerdo de aquellas tardes maravillosas y de cuando una no imaginaba que el tiempo, o más bien la vida, pasara tan rápido; el recuerdo de la más dulce compañía –mi abuelita Flora- que ahorita al recordarla caigo en sollozos de nostalgia y en parte, ¿por qué no?, también de impotencia de no poder regresar el tiempo como en una máquina y volver a disfrutar de ella y de aquellos días llenos de sol. ¡Cuánto amor va uno perdiendo en el camino, cuanta dulzura se nos escapa efímeramente sin darnos cuenta!.
Mis papás, no menos afortunados, contaban con amigos entrañables, como Eduardo (+) y Emmita Castillo, Mere y Miguel Sánchez, entre muchos otros. Y es aquí donde nace mi confusión acerca del nombre del fruto de referencia, Mere, la esposa de Miguel (que en paz descansen ambos), era muy cercana a mi mamá, así como Miguel a mi papá, recuerdo que se quisieron mucho. A Mere yo la disfrutaba, la quería, pues era muy agradable, cariñosa, trabajadora, simpática y siempre muy guapa y arreglada, he aquí, que yo escuchaba mucho su nombre y por alguna razón mi cerebro lo relacionaba con el fruto del bosque de mi casa, de ahí que toda mi infancia supuse que el fruto se llamara “merenjena”.
“Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse; antes al contrario, la hacen más profunda.
Gustave Flaubert (1821-1889).
Novelista francés.
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