LAS PALABRAS QUE ME HABITAN
Aída Valdepeña
“Las palabras son planetas donde habitan los dichosos”
Si se puede nombrar se puede imaginar, si se puede imaginar se puede plasmar y si se plasma, nos toca: el alma, la mente, el espíritu y todas sus variantes. Desde muy pequeña concebí las palabras como una suerte de prisma al que le daba el sol, y esas diferentes luminiscencias, se volvían significados que a veces encontraba cercanos a la realidad, y otras tantas veces, muy desconocidos pero no por eso menos nombrables.
Anduve un buen tiempo nombrando mis lejanías y mis cercanías sin sentir la menor vergüenza por conocer el significado correcto de cada palabra. Nombrando, renombrando, dotando de significados, no solo distintos sino absurdos, a todo lo desconocido.
ACEPTACIÓN
Mi palabra
pequeña
corta
loca
gaviota de humo en un océano en brama.
Danza y juega a ser silueta del silencio
mira el contoneo de las palabras de otros:
delicadas, exactas, correctas.
Y mi palabra,
muchas veces de arena
volátil
imprecisa mi palabra
que a veces, para sentirse importante,
llama manada a un toro solitario
o firmamento al brillo de una sola estrella.
Solo después de encontrarme de frente con la literatura, mi interés en las palabras fue más allá del significado; y creo que desde entonces, tenemos, ellas y yo, una complicidad. Me hago acompañar por ellas en una especie de intimidad de múltiples momentos que presumo y bendigo, como el de ahora mismo que comparto con ustedes.
Ahora bien, mi necesidad, como la de cualquiera que me anteceda, ha sido siempre la de nombrar; “quien nombra posee” escuché decir en una ocasión a un maestro que parecía no poseer más que la palabra y que era alegre y festivo como decir la palabra carnaval, le creí desde entonces, y desde entonces, para tener lo que pienso, para tocar lo impalpable, para poseer el alma de las cosas: nombro.
CADA PALABRA UN ÁRBOL
Son letras las hojas de los árboles:
párboles, paroles
de modo que si encuentras
un abeto creciendo,
y tienes el silencio
de una estatuaria roca,
escucharás un himno.
Así se llegó el día en que ¿decidí ser escritora? Y lo pregunto al viento porque no sé si uno puede llegar a querer ser escritor, o si más bien, es un encuentro pendiente de vidas pasadas, un amuleto del que somos dueños únicos, un ornato que nos cubre. Me hice escritora y no sabía que eso significaba hacerme cómplice de las palabras que me revelaban enigmas, incógnitas inconfesables, de las palabras que son como plegarias, como abalorios que van pegados a la pluma y que la adornan. Y no es que yo no haya sido antes una enamorada de la palabra, pero he de decir, que el momento en que supe que existían palabras como: cornocupia, donaire, bálsamo, tregua, sentí un placer quizá solo comparable con el que sienten aquellos que descubren que hay oro entre las vetas de un monte, o animales sin ojos en el fondo del mar. Si debiera definirlo esto sería: para mí, las palabras son un diálogo íntimo con la naturaleza.
TIERRA
Grande es la calma
serena la caricia de los alces al viento
la lluvia:
un himno nómada
la tierra con su aroma
recordándonos peces,
los peces:
palabras bajo el río
las piedras:
sus símbolos de duda
un alfabeto brujo
revelando del mar alguna lejanía
un alfabeto mago
originando en calma
el lenguaje estatuario de goletas hundidas
un alfabeto incógnito
donde se guarda el eco de distintas tormentas
: un líquido evangelio
un mensaje de ostras nacaradas
un aroma de musgo empapándolo todo.
Palabras nuevas que duermen conmigo, que se levantan desde que abro los ojos, que se meten a mis sueños, en mis conversaciones más íntimas, entre mis amores y mis desencantos, palabras de vida propia, palabras como espejos que se encuentran de cara y me provocan aquellas imágenes indefinibles e inacabables que se generan sin pausa. Palabras también como el eco de otras voces que me fascinan. Como andar con un obsequio por el mundo; dando y recibiendo siempre la palabra. Te doy mi palabra, me das tu palabra. Palabras que, dichas, se vuelve como una piedra que se lanza al agua y escritas, como tatuar la piedra, o incluso, tatuar el agua misma.
Por eso es que hablo sin parar de la palabra. De la mía, de la del otro; porque si hablo, le otorgo al otro mi palabra a cambio de la suya. Un trueque de palabras. Me da y le doy el reflejo de la combinación de lo que hemos pensado a lo largo de nuestras vidas. Nadie es el mismo después de hablar con otro. Por eso es que hoy estoy aquí, para dar mi palabra y obtener su palabra. Ya sea aquella palabra que mima, consuela o engrandece; o aquella que hiere, destruye o enamora. En lo personal me gustan más las primeras, pero también comparto la misma médula con las segundas. Armemos el diálogo, dejemos que las palabras, aquellas diosas que van de boca en boca, sean las mismas para todos.
HISTORIA
Vuelven,
rodando,
las palabras de la primera aurora:
aves
ríos
fósiles
que esperaron mostrarnos su lenguaje
en lo leve de la piedra que no levanta el vuelo
en el estatismo atlántico de aquellas aguas que se volvieron mares.