Ars Scribendi

Las peluquerías

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Rafael Rojas Colorado

rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx

Hojeando el álbum de las añoranzas nos detenemos momentáneamente en la página en que están impresas las huellas de las peluquerías, esos espacios luminosos con sillones de cuero y grandes espejos al que los caballeros acudían para que les recortaran el cabello y rasuraran la barba, como era costumbre en la sociedad de entonces.

Las peluquerías estaban ubicadas en barrios y puntos varios del centro histórico del pueblo, sumándose a fortalecer con su aportación laboral la economía de esta provincia coatepecana. En aras de mejores niveles de vida, muchos jóvenes aspiraban a aprender el oficio y con entusiasmo se involucraban con algún maestro en el arte de la barbería. Así nacían nuevos peluqueros buscando atender la demanda  que día a día se iba acrecentando. Al leer estas amarillentas páginas que el tiempo se empeña en marchitar puede percibirse desde la lejanía aquel familiar e incesante chasquido de las tijeras, el zumbido de la rasuradora y el murmullo de las voces del peluquero y de la clientela, alrededor de temas siempre nuevos.

La bruma de aquel ayer es densa, pero no lo suficiente para traslucir el rostro del amigo Teodoro Colorado “El pizarrín”, optimista en su trabajo en la primera calle de Arteaga; en la primera de Colón, animados en su quehacer cotidiano, los hermanos Abel y Gabriel Suárez; en la esquina de Zamora y Colón, el profesionalismo de don Carlos Sosa. Por su parte, el señor Miguel Díaz ejercía su trabajo junto a la cantina de don Palemón Altamirano. Estanislao Guerrero comenzó su popular oficio en la esquina de Cuauhtémoc y Aldama y terminó en la primera calle de Juan Soto, antes de partir a la ciudad de México. Otro artista del corte de pelo fue Clemente Sánchez “El pollo”. A principios de los años sesenta, en la segunda calle de Zamora, se iniciaba Paulino Solís; tiempo después se estableció con su hermano Juan en la calle Jiménez del Campillo (llamada calle Real cuando la traza urbana). Otro personaje de este popular oficio lo fue Ricardo Rico, en la segunda cuadra de la calle Cinco de mayo. Entre una gama de barberos, Antelmo Camacho y Nicho Nieto incursionaron fugazmente en este noble oficio propio de las provincias.

Algunos de los utensilios que el peluquero usaba para el buen desempeño de su trabajo eran, sin duda, sillón, navaja, chaira para afilar, rasuradora, tijeras y peine, brocha para sacudir el pelo cortado, aspersor para rociar agua, recorte de periódico (porque el papel higiénico no era tan usual), brocha para el jabón, alcohol, brillantina glostora y Palmolive; entre otros.

Los cortes de cabello más solicitados por el cliente fueron el cuadrado, cuadrado oscuro, redondo, del número uno, al natural; claro, nunca faltó un valiente que se rapara por completo. Para el corte de barba algunos pedían rasurada descañonada (la navaja la pasaban a ras de piel y hacia arriba para que arrancara toda la raíz de la barba).

Las revistas y periódicos que predominaban en las peluquerías eran “El tema de hoy”, “Esto”, “Box y lucha”, “Gene Autry”, “Roy Rogers”, “Opalong Cassidy”, y los comentarios del béisbol, sin descartar los acontecimientos que ocurrían en el pueblo. La radio fue imprescindible en las peluquerías para escuchar los juegos del rey de los deportes, el box y algo de música. Las charlas con la clientela siempre fueron amenas y las aprovechaban más los que esperaban turno. Adultos y mujeres que llevaban a sus hijos al corte cultivaron la amistad con el peluquero, quien jamás dejaba de mover las tijeras, provocando un eco que les proporcionaba cierta identidad. En las peluquerías fue popular el nombre de El Santo, Cavernario Galindo, José Becerra, Toluco López, Cuervo Salinas, Chango Casanova, y muchas estrellas que brillaron intensamente en esa dorada época en que la afición desahogaba verdaderamente su pasión. Todas estas vivencias se fueron enrollando en nostalgia.

En ese romance de pintorescos barrios, sol, niebla y noches de estrellas se presentó inesperada la moda. Nacían las “estéticas” ofreciendo el mismo servicio de peluquería, pero con una imagen nueva, incluidos nuevos servicios. Atendidas por damas, no sólo la conversación y el trato eran distintos, sino los cortes y peinados: cabello rizado, chino o lacio, tintes y otras maneras que la moda ofrecía al cliente dispuesto a cambiar la imagen de su personalidad.

Algunas peluquerías aún prevalecen hasta estos días y los escasos peluqueros que con lealtad permanecen en su trabajo continúan aflorando profundo amor hacia el mismo oficio que les proporciona el diario sustento y luchan para no dejarlo extinguir. Pero la modernidad ya  rebasó su época, cerrando para siempre aquella evocadora página que perteneció al siglo XX, en la que formaron parte de aquella pintoresca escenografía, que hace latir el corazón de quienes la evocan y que perdurará en la memoria colectiva de la nostalgia de este pueblo que se convirtió en ciudad.

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