Letras tormentosas
Letras tormentosas
Por René Sánchez García.
Hablaré hoy de confesiones personales. Me
sucede muy a menudo y desde hace muchos años. Cuando camino por la calle,
cuando veo algún programa televisivo, cuando escucho una melodía por la radio,
cuando me quedo fijo en una escena cinematográfica, bueno hasta cuando recuerdo
que sueño en alguna noche. Es sólo un instante, muy fugaz, pero que prende mi
imaginación y queda allí grabada en la memoria. Aunque muchas veces esa idea
preliminar es presa del inevitable olvido.
Cuando no sucede esto último, o sea lo del
olvido, apunto con mi bolígrafo, en cualquier pedazo de papel, dos o tres
palabras sueltas. Esas palabras sé que conforman una idea bastante vaga de lo
que deseo plasmar por escrito más tarde. Pero en realidad es que con esas
palabras no puedo concretar ni la primera línea escrita, pues no me dicen nada,
mucho menos puedo explicar algo. Es precisamente en esos instantes cuando mi
cuerpo siente el frío de las emociones frustradas.
Entonces recurro al método, a las escaletas,
a los esquemas mentales, a los diagramas y a todo aquello que me lleve a pensar
o a razonar de manera lógica, para que a esas palabras se le puedan sumar las
imágenes visuales que aun retengo. Mi creencia es que las palabras sueltas y
las imágenes me llevarán a concretar las tres partes fundamentales del todo: introducir
al lector en el asunto que quiero resaltar, describir la problemática del hecho
que me interesa, y exponer mi punto personal para guiar a los lectores hacia
nuevas búsquedas.
Pasan los minutos, las horas y los días sin
que concrete lo que deseo comunicar a quienes me leerán en su momento futuro.
Por fin un día las neuronas me funcionan debidamente y se conectan como debe
ser y ya estoy pensando en una nota periodística, en un artículo, en un ensayo.
Pero todavía más, me siento preparado para un cuento fantástico, para una
novela corta y hasta para escribir mi primer libro y publicarlo. Pero lo único
que tengo son intenciones, pues en mi libreta de apuntes solo hay un montón de
palabras sueltas que les hace falta unirlas, trabajarlas, concretarlas, darles
vida.
Sentado, pensando y tratando de escribir algo
con eso poco que tengo, sólo aparecen como siempre mis berrinches, mis enojos,
mis miedos, mis frustraciones y mis ganas de mandar todo al bote de la basura. No
quiero rendirme, desde mi interior algo me dice que puedo con esto y más. Cierro
mi libreta y salgo a tomar un poco de aire puro. Ese aire fresco me hace ver
una cruda realidad: mis limitaciones en el acto de escribir. Más tarde
comprendo y eso apacigua los mil y un malhumores de este intento de querer ser
escritor. Ahora sé que debo iniciarme primero como un buen y constante lector
disciplinado. Fin del asunto.