LIBROS SALVAJES
LIBROS SALVAJES
René Sánchez García
Desde hace varios siglos, el libro ha sido el mejor instrumento cultural para conservar y difundir todos los conocimientos y avances de las ciencias, las artes y las tecnologías, que han hecho posible las múltiples y variadas creaciones inimaginables de la cultura, que hoy en día conocemos y podemos disfrutar.
En todos esos tiempos, las mujeres y los hombres interesados en mejorar el mundo, mediante el uso de la escritura en los libros, no sólo han conservado la memoria de sus creaciones, aspiraciones, sueños e inventos en millones y millones de páginas de papel, entintadas en color negro; sino que también han provocado en los lectores de sus libros, abrir y dar vuelo a la imaginación y creatividad para el progreso de la sociedad.
Así, las bibliotecas han sido el lugar idóneo para guardar toda esa información generada con el paso de los tiempos. Por lo regular son espacios diseñados y bien ordenados o clasificados, donde reposan cientos de millones de libros publicados en todos los idiomas, que están siempre en espera de futuros lectores interesados. Como sabemos, allí en esos espacios con estantes fríos, reina el silencio, la calma y la paz.
Si bien, esto anterior sucede preferentemente en las escuelas oficiales y privadas, así como en los centros de investigación de las universidades (no se descartan las bibliotecas municipales y estatales), también existen las bibliotecas caseras, que pertenecen a uno o varios usuarios que viven en familia. Aquí, los depósitos de libros, revistas y periódicos, pueden no tener un orden clasificatorio o una etiqueta de color que identifique su área temática, pero tienen el amor, el cuidado y el respeto de quien (es) los han adquirido por gusto propio.
En estas bibliotecas personales los libros se sienten a gusto. Son lugares cálidos donde las puertas
y ventanas se abren a diario para que entre el sol. Las paredes están llenas de hermosas pinturas y fotografías, así como en las mesas encontramos objetos seleccionados de decoraciones de arte que llaman la atención, donde no faltan tampoco las plantas y las flores. Por lo regular el lector cuando se sumerge en la lectura de un libro, lo hace con música que agrada a los sentidos.
Por último, quiero referirme a los tiraderos de libros callejeros, en donde se exponen para su venta cientos y cientos de libros de segunda mano o usados. Esos libros que sus dueños han abandonado a su suerte para formar parte de tianguis, ferias de desechos, negocio de pepenadores de cultura y hasta de compradores de papel para reciclar.
Allí tirados están todos estos instrumentos culturales en espera de otra oportunidad de ser rescatados o leídos por quienes si valoran (cada día menos) el esfuerzo intelectual e editorial de quienes investigan, crean y generan conocimientos. A estos libros de segunda mano o usados se les ha llamado Libros Salvajes, no por haber sido parte del arduo trabajo de divulgación de los saberes, sino por lo que han vivido desde que fueron abandonados, tirados o regalados por parte de sus dueños incultos. Ese incansable ir y venir de aquí para allá por semanas y años, tal como si fuera una aventura inacabable de dolorosa existencia.
Son libros sucios, amarillentos, rotos, maltratados, subrayados, coloreados, con hojas sueltas, pastas apolilladas, con sellos de donde fueron sustraídos o robados. Pero allí siguen y están firmes las inquietudes e ideas de Rulfo, Fuentes, Monsiváis, Valadés, Garro, Sabines, Ponce, Ibargüengoitia, Rosario Castellanos, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, José Agustín, por citar tan sólo a alguno de los nuestros…
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