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Lo que no callamos los varones

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Lo que no callamos los varones

René Sánchez García.

Cesáreo, quien hace muchos años fue mi vecino más próximo, está ahora por cumplir los setenta y nueve años. Él se dedicó por mucho tiempo a las labores del campo. Aprendió de su padre el difícil arte de labrar la tierra, sembrar las matas de café, limpiar las fincas de las malas hierbas, cosechar el grano rojo y maduro en los meses de noviembre a febrero, cuidar de los arbustos que dan sombra, en fin, todo eso que un buen campesino debe hacer para mantener en buen estado las fincas de los varios patrones a quienes les trabajo la tierra.

La verdad para sus años, él no está tirado en una cama, ni tampoco sentado en una silla de ruedas. Aunque con ese caminar pausado que tiene por los años acumulados y el duro trabajo del pasado, aun se vale por sí solo. Tiene ánimos para ir a la tienda, al mercado, al parque y de vez en cuando tomarse un delicioso alcohol de caña con alguno de sus amigos. Lo que sí se le nota es una inmensa tristeza por lo que sufrió hace apenas hace unos cinco años, cuando por primera vez conoció eso que se llama felicidad en el alma y el corazón.

Como producto de su trabajo por casi 50 años y saber ahorrar, adquirió un pequeño lote de tierra para vivienda, de esos que miden 7 metros de frente por 15 de largo. Allí mandó a construir su cuarto, así como cuatro más al fondo y a los lados para utilizarlos como viviendas de alquiler, así como un pequeño baño con dos tazas. Por cada una de ellas le otorgaban como renta mensual la cantidad de 300 pesos. Con ese dinerito más lo que recibe del gobierno por ser adulto mayor, le servían para sobrevivir sin tanta preocupación por la vida.

Un buen día, me comenta, apareció una señora cuarentona de nombre Juana, junto con su hija como de veinte, deseando ver un cuarto desocupado. Cesáreo les alquiló a dichas personas la vivienda desocupada. Ella, la madre, le comentó que trabajaba en casas haciendo limpiezas y que no le quedaría mal en los pagos. Igual le mencionó que su hija Lourdes se dedicaba a hacer antojitos de masa que vende en una escuela, lo anterior probablemente para que confiara en el pago mensual de la renta, la luz y el agua que llegaran a consumir.

Al mes de esto, Lourdes se aparecía seguido en su cuarto de él, trayéndole un café, un antojito, un agua de sabor, una comida, unas tortillas, un pan, una salsa, un té y así. La chiquilla de pelo largo, tez blanca, ojos cafés, algo llenita de carnes y siempre risueña, fue entrando en el alma y en el corazón de mi amigo Cesáreo, llenándolo de ese algo que es inexplicable pero que hace sentir joven hasta el más anciano del mundo. A los tres meses mi amigo no pudo más y le pidió a Lourdes viviera con él. Ella se limitó a decirle que ambos tendrían que hablar con doña Juana. La madre aceptó siempre que hubiese algo seguro para su niña y no dar a la gente de qué hablar.

Lourdes le pidió a su enamorado le permitiera seguir entregando los antojitos en la escuela y que la siguiera acompañando su amigo Miguel, el de la moto, quien llevaba helados a la misma escuela, a la hora del receso y a la salida. Cesáreo no se opuso con tal de que el nuevo amor de su vida se sintiera feliz. Entre coqueteos, palabras bellas, sonrisas y uno que otro beso en la mejilla a mi amigo, un buen día le propuso le pusiera a su nombre el pedacito de tierra, a lo que accedió de inmediato ante un notario de la localidad. Con los días, de ella solo recibía la preparación de los alimentos y quedarse a dormir, pero la vida de la mocosa veinteañera giraba en torno al chico de la motocicleta.

Pues bien, a los seis meses, un reclamo fuerte de Cesáreo hacia Lourdes hizo que esa nube rosa de amor se esfumara por completo y para siempre. La chica, junto con su madre sacaron a mi amigo de la vivienda. Ahora mi amigo vive sólo pagando el alquiler de un cuartito donde también le proporcionan sus alimentos por mil pesos mensuales. Ellas, según supo Cesáreo, ya no alquilan los cuartos, viven allí junto con el chico de la moto y un bebé de escasos meses.

sagare32@outlook.com