Por Ramón Durón Ruíz (†)

Albert Einstein dijo: “Hay dos formas de ver la vida, una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro”. Los milagros existen –la vida está plena de ellos–, sólo es necesario confiar en tu vida, confiar significa “con fe”, es decir, salir al encuentro diario de los milagros que la vida tiene especialmente para ti, confiado en que formas parte del prodigio más maravilloso del universo… el de vivir.
Cuántas veces malgastas tú potencial de vida lamentándote, si te dieras tiempo para abrir los ojos del alma y regocijarte en los cientos de milagros que Dios tiene para ti, tu vida se redimensionaría.
HOY es día de confiar, creer, amar y vivir los milagros que suceden en ti, abre el alma de par en par para darte cuenta que estas aquí para vivir… no para sobrevivir; HOY es el momento de que lleguen a ti cosas maravillosas; HOY es el tiempo de volver la vista al creador y darte cuenta que eres un milagro de Dios; HOY es el día de escuchar la voz del corazón, esa voz tan sabía que susurra a la vida cuánto te ama, y te hace saber que eres lo más maravilloso del universo… un ser pleno en los milagros de la vida.
Si un milagro es la intervención de Dios en el cosmos, ¿acaso no eres lo divino que ha bajado hasta lo humano? ¿Acaso tu vida no está plena de milagros?: la salud, el amor, la familia, el trabajo, la felicidad, la armonía, etc. Ha llegado el momento en que reafirmes, sepas y creas que eres parte del milagro diario de la vida, que no estás aquí producto de la casualidad, tampoco para fracasar, sino para ser feliz y triunfar.
Ante la presencia del poder de la oración y de la fe se desvanecen los temores, las incertidumbres, las vacilaciones, los titubeos y llegan como por arte de magia los milagros; San Agustín afirmó que: “Los milagros no se contradicen con las leyes de la naturaleza, sino con lo que sabemos sobre ellas”. La base de cualquier milagro es que lo que solicitemos lo hagamos plenos de fe, convencidos de que inevitablemente llegará a nosotros, en la medida de la fuerza de la fe, el cuerpo estará listo para recepcionar aquello que la razón no puede entender: “la razón se ahoga… donde la fe flota”.
La fuente de todo milagro está en el amor, la oración y la fe en Dios, para que los milagros lleguen a nosotros, para que aparezcan en la vida, empecemos por creer con una fe tan profunda como verdadera que sí existen, y no sólo eso, sino que están a nuestra disposición y los milagros como arte suprema de amor llegarán. Gilbert Keith Chesterton afirmó con una sabiduría excepcional: “Lo más increíble de los milagros es que ocurren”.
Los milagros son principio y fin; fin de un mundo lleno de escepticismo y principio de un mundo pleno de bendiciones que está hecho especialmente para ti; los milagros son el vínculo perfecto entre el mundo material, perceptible y el espiritual.
Los milagros te dicen que el cuerpo es el milagro de Dios materializado en el universo, te llevan a ver con los ojos del alma, sólo que éstos no acontecen en el espacio de las leyes del hombre, se dan en el ámbito de las leyes de Dios, cuando eres capaz de vibrar en unidad con Él y amorosamente afirmar: “SOY UNO CON DIOS”, ninguna otra cosa, sino milagros, llegarán a tu vida y anidarán en el alma de la forma más sencilla y natural.
Cada milagro armoniza tu mente, cuerpo y espíritu con el universo, devolviéndote la confianza de que estas aquí como producto de la plenitud del amor, no de la casualidad; cada milagro es una liberación extraordinaria de los recelos, desconfianzas y temores, te da una perspectiva multicolor de amor a la vida, a tu vida, generándote una excepcional gratitud que te hace recipiendario de miles de bendiciones.
A propósito de milagros hay un chiste que dice que: “un milagro en América Latina sería encontrar: un argentino humilde; un dominicano blanco; un chileno negro; un peruano simpático; un salvadoreño pacifico; un puertorriqueño inteligente; un colombiano honesto; un venezolano abstemio; un cubano mudo y un mexicano… ¡TRABAJADOR, ABSTEMIO Y FIEL!”.
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