Daniel Badillo

Maldita guerra

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Por: DANIEL BADILLO

 

Sí, maldita guerra que sólo genera muerte y desolación. Maldita guerra en un mundo que sueña con la igualdad y la fraternidad entre todos. Maldita guerra que hace huir a ciudades enteras tras la metralla, sin que nadie se explique ni sepa, el origen o el fin. Angustiosa realidad la que se vive en las zonas de conflicto que reseña la prensa y que, atónitos, contemplamos sin poder hacer nada, salvo orar porque la paz pronto regrese. Maldita guerra, sin rostro, que cobra la vida a inocentes y derriba aviones sin culpa. Maldita guerra que me roba las palabras para explicarle a mis hijos por qué en las imágenes hay niños mutilados y sangrando. Maldita guerra que lejos de terminar se incrementa por el odio entre hermanos. Estruendo, soledad y llanto imparable. ¿En qué se ha convertido la humanidad? ¿Cuánto más falta por ver antes del fin de los tiempos? Hay quienes sostienen que detrás de las guerras siempre hay un propósito económico; otros señalan que es por el control de energéticos como el petróleo y el uranio, y otros más sostienen que es simplemente un asunto de “fe”.

Cualquiera que sea el motivo, es imperdonable que siga la guerra. El mundo entero ya experimentó otras guerras, igual de sangrientas e igual de nefastas. Pero el hombre no quiere entender ni aprender. La inversión que se destina al diseño de armas cada vez más letales quintuplica la inversión entera para encontrar la cura del cáncer o el sida. Es una utopía hablar de la paz en un planeta que se esmera cada vez en hacer más la guerra. Estamos a millones de años luz de ser una civilización donde haya armonía. Hoy, a la menor provocación nos irritamos contra el otro. Basta un pequeño incidente de tránsito para cerciorarse que somos proclives a la violencia en todos sus términos. Si los animales hablaran, se avergonzarían de cohabitar con el hombre en la tierra. Somos una especie genocida y depredadora que arrasa con todo y con todos. Y mientras tanto el Señor observa paciente, atento a su creación y horrorizado de ver hasta dónde ha llegado la humanidad. Hemos perdido el sentido y el rumbo. Damos pasos agigantados hacia el exterminio de nosotros mismos, sin percatarnos de ello. Hay un egoísmo enorme porque nadie piensa en las generaciones futuras, sino en el aquí y el ahora. ¿Hasta cuándo? No hay respuesta. No la ha habido en más de dos mil años de historia y “civilización” donde la guerra, la muerte y la violencia se han ensañado con la tierra. Pero lo peor es que esa guerra y esa muerte provienen del propio hombre.

Las guerras son más dañinas que los desastres naturales. Se cuentan por millones los muertos que ellas dejan. Allí está el Holocausto para refrescar nuestra memoria. Las imágenes de la guerra en Israel, Palestina, Irak, Nigeria y Ucrania nos duelen. Lamentablemente se van haciendo costumbre. No hay día en que no se cronique la muerte. El olor de la sangre y los petardos que derrumban edificios se esparce por doquier. Las redes sociales hacen inmediata la tragedia y las noticias. Mucho se dice, pero poco se hace. La ONU ha sido rebasada para mediar entre aquellos que sólo entienden las “razones” de las armas. Dios guarde a nuestros hijos y a nuestro país de sufrir las consecuencias de una guerra como la que vemos en estos días. Duele saber que por más oraciones y por más cabildeo de los líderes mundiales, la guerra sigue y seguirá hasta el final de los tiempos. Así lo dice la Biblia y así lo anticipan quienes profetizan que lo escrito habrá de cumplirse. Mientras tanto, oremos por los niños y por los muertos inocentes que han dejado estas guerras. Valoremos lo que tenemos. Hablemos con nuestros hijos. Visitemos a nuestros enfermos. Caminemos la ciudad. Apreciemos nuestros parques, demos gracias a Dios por la vida y pidámosle misericordia por aquellos sitios donde la muerte ronda desde el amanecer. Y desde luego, pidámosle por la otra guerra que se libra en México con la violencia, los secuestros, los desaparecidos y la delincuencia que tampoco da tregua.

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