Mariposas
Daniel Badillo
A Mario, en su cumpleaños.
Muchos años han pasado desde que era niño y atrapaba mariposas. En el solar de la pequeña casa que nos hospedó y dio cobijo en mi precioso Coatepec, Sandra, Miguel y yo, solíamos atrapar los insectos con bolsas atadas a un alambre. Corríamos detrás de ellos y brincábamos queriendo volar hasta alcanzarlos. Recuerdo bien que las mariposas eran multicolores, enormes y apacibles como las tardes en mi pueblo mágico. Una vez en la bolsa las agarrábamos con delicadeza, admirábamos el oleo teñido en cada una de sus alas y las dejábamos en libertad. Lo mismo hacíamos por la noche pero con los cocuyos, en el solar de aquella casa que se yergue entre la bruma taciturna de la lluvia. Metíamos las linternas diminutas en frascos de cristal, donde centelleaba el color verde-amarillo de sus cuerpos. De sólo recordar aquel pasaje, se me hace un nudo en la garganta. Éramos libres, como libres eran las mariposas y cocuyos que hacían menos difícil la ausencia de lo necesario. Vivíamos para ser felices en la escuela y en las calles donde crecimos sin mayor problema. Cierto es que en la casita que nos abrió sus puertas, faltaban muchas cosas pero sobraba amor. Evoco esos momentos, porque he vuelto a brincar y a resollar persiguiendo mariposas, jadeando y gritando de alegría. Lo he hecho en el mismo sitio donde, cuando niño, imaginábamos historias, comíamos pambazos con frijol y queso, y acampábamos debajo de los árboles en busca de hormigas y saltamontes.
Estos días he regresado a mi infancia de la mano de Josué. De su mirada inocente y tierna esperando atrapar las mariposas. Su risa me contagia de optimismo. Me llena de paz y de vitalidad. Soy, como él mismo lo dice, un niño de cuarenta años, con quien puede reír y jugar durante horas. Aprendo mucho de él. De su mundo mágico y maravilloso. De su amor por los animales y por la naturaleza. Es ágil. Brinca como grillo y corre como una gacela en medio de la nada. Es vegetariano. No come carne. Cuida su salud y cuida aún más su cuerpo. Toma mucha agua y le encanta el amaranto. He vuelto a mirar las mariposas a través de los ojos de Josué. A disfrutar de sus colores y a tener paciencia para tomarlas con las manos, porque eso es lo que más disfruta. A verlas emprender el vuelo una vez que han sido atrapadas y estudiadas a detalle por él, quien me dice: “…ya déjalas volar, no quiero lastimarlas”. Mario es diferente. Está creciendo. Pronto irá a la secundaria y es más independiente. Le gusta la tecnología, la robótica, la innovación. Es tranquilo. Afable. Serio. Uno tiene siete años y el otro cumplió 12 apenas este jueves. Los dos son el motor de mi existencia. Reconozco que no he sido el mejor de los padres. He fallado muchas veces, a ellos y a su mamá, pero me esfuerzo cada día por ser mejor. Acepto también que, en ocasiones, el temor me invade: su futuro, su educación, su salud. Por ello, procuro disfrutar cada minuto y cada segundo junto a ellos. Disfrutar sus historias, sus anhelos, la inocencia propia de su edad. Todos los días le pido a Dios que me de salud y fuerzas suficientes para vivir un poco más y estar allí con ellos, apoyándolos, orientándolos.
Hoy es cumpleaños de Mario. Un niño ejemplar. Un buen estudiante, pero sobre todo un gran amigo. A sus 12 años me ha enseñado muchas cosas. Creo que he sido yo el que más ha aprendido de él que él de mí. Es un niño respetuoso. Ama a su familia y a sus amigos. Quiero verlo crecer junto a Josué. Estudiar, reír y disfrutar de su niñez, y pronto de su adolescencia. Hoy en su cumpleaños quiero decirle: gracias por todo lo bello que hemos disfrutado juntos. Que Dios lo colme de bendiciones, y que sigamos adelante, a pesar de las vicisitudes propias de la vida. A él y a Josué, mi gratitud por siempre por darme una razón para vivir y para ser mejor cada día. Sigamos atrapando mariposas.