Especial

Más de la estatua

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Por Sergio González Levet

Leo la entrevista de Miryam Rodríguez Hernández -corresponsal en Orizaba de Al

Calor Político- con Eugenia Díaz Gastine, biznieta de Porfirio Díaz, y me parece

explicable que la señora hable bien de su famoso pariente, aunque considero que

exagera cuando le afirma a la reportera del periódico digital más visitado de

Veracruz que:

“La ciudad de Orizaba sentó precedente y ya destacó en todo México con la

colocación de una estatua del ex presidente Porfirio Díaz Mori, al conmemorarse

los cien años de su fallecimiento”.

Y en ese mismo tono y circunstancia, le agradece a Juan Manuel Diez Francos

que haya tenido “la calidad humana de reconocer oficialmente el valor de un

mexicano como lo fue Porfirio Díaz”.

Ella, es de esperarse, justifica a su célebre antecesor de la mejor manera que

puede, aunque tiene un yerro a la Nemi cuando dice que quien “está inconforme”

[con la estatua] “es gente a quien toda su vida le han dicho que Porfirio fue quien

mató a muchos. ¿Cuántos mataron en Río Blanco y ahora cuántos van con estos

benditos presidentes? Pues miles; pero de eso no dice nada nadie”.

La señora Díaz Gastine siente que “en la actualidad hay un interés de conocer la

verdad sobre la historia de este mexicano que llegó a ser presidente, ‘para el

General, México tenía que reconstruirse porque estaba hecho pedazos. ¿Cómo

empezó Porfirio Díaz? Con orden y con seguridad, y eso le permitió que hubiera

progreso’”.

Sí, un orden y una seguridad conseguida a costa de muertes y represión, y un

progreso alimentado con la sangre de muchos mexicanos que fueron víctimas del

régimen autoritario del segundo indio oaxaqueño que fue Presidente de México.

Orizaba es y ha sido cuna de hombres cultos y enterados: de prohombres del

liberalismo en el siglo XIX, de revolucionarios en la primera mitad y de

nacionalistas en la segunda mitad del siglo XX, de pensadores postmodernos.

Por eso se avecina una respuesta -o más bien una larga serie de respuestas,

muchas de ellas acompañadas de la acción- en contra de esa estatua, que para

muchos es un oprobio.

Ya veo a intelectuales de la talla de Rafael Junquera, a políticos de la envergadura

de Armando Ruiz Ochoa o a periodistas del nivel de Salvador Muñoz dando

contestación puntual al alcalde Diez Francos sobre esta parte tan polémica de su

gobierno.

Yo no le auguro mucho tiempo de permanencia pública a esta estatua (que por

cierto es bastante fea, no guarda el sentido de la proporción y poco se parece al

presidente/dictador).

Seguramente, don Juan Manuel terminará llevándola a su casa (afirma sin

comprobar que él pagó de su bolsillo la obra hecha en bronce, y si no, los

orizabeños con gusto se la regalaran, con tal de que la sacara de su plaza

pública). Ahí, en su domicilio, en donde él manda sobre su privacidad y la de los

suyos, podrá dar rienda suelta a sus preferencias ideológicas, aunque tal vez el

busto le recuerde el traspiés que cometió con ella durante su segunda oportunidad

como alcalde de Pluviosilla.

Bueno, nadie es perfecto, y mucho menos si no conoce la historia.

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