MI BARRIO
MI BARRIO
Teníamos un barrio muy bonito, donde se quedó
la infancia y parte de la juventud. El rostro de la calle muy pintoresco;
amigos compartiendo historias, experiencias propias de aquella edad. Juegos,
anécdotas y bromas, algunas de mal gusto, pero fueron parte de esa
cotidianidad, donde la prisa no tenía ningún sentido. El reloj poco importaba,
el día trascurría lento, tardes de neblina apretujado al barrio; las noches muy
oscuras, apenas iluminadas por las estrellas y los cocuyos. Imaginaciones y
fantasías siempre nos acompañaban despertando las ilusiones. El llamado del
primer amor, acelerando el corazón, aún no teníamos esa experiencia a la que
tampoco podíamos renunciar. Simplemente es un llamado prematuro, pero muy
bonito.
Cuantos
amigos laten en el recuerdo, en la evocación, huellas que se durmieron en esas
piedras tejidas en esa calle que nos vio nacer y crecer, que acrecentó nuestros
sueños, aún muy lejanos, en realidad, poco importaban; la energía de la niñez y
juventud rebasa los límites y va en busca de lo desconocido. Entrelazamos la
amistad, pero a veces también nos liamos a golpes, solo para enseñar el ímpetu,
la casta, el coraje, pero la amistad seguía y la alimentábamos con muchas
acciones que en no pocas ocasiones, padres o tutores intervenían llamándonos la
atención, lo merecíamos. Nadie obedece a esos regaños sino a lo que se busca
para saciar aquello que no podemos contener en los adentros. Nuestro barrio de
la Quinta calle Manuel Gutiérrez Nájera, acuna nuestros cálidos recuerdos. Las
difusas imágenes de la gente mayor que lo conformaba, cada uno con su típica
personalidad, pero parecían raíces que sostenían esta calle calzada con piedra
de río y al barrio de casas pintorescas.
Un
día todo cambió, cuando nos dimos cuenta era demasiado tarde, habíamos crecido
y la modernidad tejió muchos caminos. Cada cual tomó el suyo, a veces sin decir
adiós, pero se fueron marchando los amigos para perderse en la distancia y el
tiempo; a otros los acabó la enfermedad y, tristemente, se marcharon para siempre.
Hoy las esquinas y las banquetas yacen solitarias, las pandillitas están
ausentes, es hora de atender responsabilidades, pero la mayoría, de los que
sobreviven en algún lugar, los alcanzó la tercera edad.
Nadie
puede volver al pasado, solo con la nostalgia y los recuerdos, en esas
estancias se vislumbra aquel pintoresco barrio de la calle quinta de Zamora,
con su folclor provinciano, aquella quietud que se quedó en la distancia y que
la modernidad desea borrar a toda costa.
De la última generación les comparto una
fotografía de dos infantes que los empezaba abrazar la adolescencia, en sus
rostros se les nota aún la inocencia de esa edad. En la postal se ve Alejandro
Galván Tepetla y Hugo Aparicio Montes. En la otra fotografía se aprecia a don
Moisés Zarate, sentado en una silla bajo el alero de su humilde casa, es el
ocaso de la tarde cuando los vecinos comenzaban a regresar del trabajo con la
esperanza de descansar un poco en sus hogares.
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx