MOLINO LUPITA
ARS SCRIBENDI
Rafael Rojas Colorado
rafaelrojascolorado@yahoo.com.mx
A temprana hora por las calles de Abasolo y Juan Lomán, se escucha la sinfonía del trabajo, es un motor que mueve al molino para nixtamal. Rocío y Clemente, amablemente, atienden a la vasta clientela que espera turno para recibir su masa para las tortillas, el sol aún no se asoma.
Cuando el molino está en movimiento trasmite cierta resonancia que estimula la sensibilidad y el recuerdo acerca imágenes de aquel Coatepec iluminado por el siglo XX. Esas costumbres y modos de vida, sobre todo, de la gente que trabajaba en el campo y requerían este servicio para que en sus hogares les prepararan el bastimento. En aquellos lejanos años para ir al molino se madrugaba, pues con regularidad las puertas del negocio las abrían a las cuatro de la mañana. Las mujeres acostumbraban a intercambiar todo tipo de comentarios, de ahí la costumbre de cuando a alguien se le preguntaba algo, contestaba, fíjate que no fui al molino.
El acontecer del tiempo sepultó para siempre al Coatepec de ayer, en el que emerge de la bruma el molino de
la señora Adela en la tercera calle de Zamora, el de don José Rebolledo en Constitución, Doña María Robles en la calle de Arteaga, el señor Martín Bonilla en Juan Soto, en la quinta de Zamora el de la casa de doña Elena, entre otros esparcidos en los barrios que denotaban cierta tranquilidad
provinciana.
En el año de 1991 Clemente Sánchez, inspirado en esta forma de ganarse el diario sustento, montó un molino para ofrecer este tipo de servicio, porque se dio cuenta que, a pesar de los avances de la tecnología, todavía abundan las personas que cultivan la tradición de las tortillas. Clemente encontró incondicional apoyo en su esposa, la señora Rocío Camarillo Domínguez, juntos y sin ninguna experiencia, iniciaron esta aventura compartiendo la responsabilidad del trabajo. Aún están presentes en sus mentes el nombre de sus primeras clientes: Socorro y Modesta. Comenzaron cobrando un peso por cada kilo de nixtamal que molían. La masa cernida se ocupa para los tamales y la tradicional para las tortillas.
Un motor de siete caballos, una piedra de nueve pulgadas, polea, tolva alimentadora, gusano, agua y canal, es el equipo que desde aquel domingo del mes de julio de 1991, no se ha cansado de trabajar, de seis de la mañana a doce del día, Rocío Y Clemente, con suma alegría, entusiasmo y las bendiciones del Dios, van en busca de sus sueños a través del trabajo cotidiano, la calidad de su producto y el buen trato a la clientela los distingue en sus labores habituales. La vida los ha bendecido con tres hijos, Iván de 38 años, Salvador de 36 años y Guadalupe de 30 años. Para Rocío y Clemente, el trabajo forma parte de sus vidas manteniendo vivas las ilusiones, y se sienten agradecidos de que pueden brindar un servicio a la comunidad a través de la molienda, razón que los enriquece espiritualmente.
El Molino Lupita, es un sobreviviente que continúa con la tradición del Coatepec de ayer, y gracias a la inspiración de sus propietarios y el amor al trabajo, seguirá por mucho tiempo atendiendo a su clientela.
El Molino Lupita, que en pleno siglo XXI está vigente, es su murmullo como una sinfonía del trabajo que une el pasado con el presente de un pueblo que va ahondando sus huellas en el devenir del tiempo.