Entre Columnas

No todo es culpa del pasado.

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Por Martín Quitano Martínez

mquim1962@hotmail.com

twitter: @mquim1962

 

Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá.

Harold MacMillan

 

Hartos de haberlo padecido por décadas, y ante el ofrecimiento de un cambio, millones de mexicanos votaron para que sucediera. ¿Acaso no fue el conocimiento y el hartazgo de amplios sectores sociales respecto de la corrupción y la impunidad, de la cancelación de oportunidades de una vida mejor, lo que lo logró una nueva alternancia y el forjamiento de nuevas esperanzas?

Por eso es difícil de entender que a seis meses, los discursos oficiales sigan justificando su falta de resultados a causa de los problemas dejados por las anteriores administraciones; de asuntos que en su momento señalaron como mal gestionados y de los que se supone reconocían en su solución.

Es el pasado lo que los puso al frente de la administración, y paradójicamente lo que los convierte en ineficientes. Y seguimos mirando para atrás, pues en lugar de soluciones, insisten en señalar que frente al conocido y desastroso presente, no se puede hacer mucho porque las condiciones existentes no lo permiten y eso no es su culpa, sino del pasado inmediato.

Es claro que existen grandes debilidades institucionales, que no es tarea fácil desmontar añejas prácticas y cancelar sus pasillos perversos y descompuestos, pero todo ello no son elementos recientemente descubiertos.

Ya se conocían socialmente las prácticas arbitrarias, los hechos impúdicos, los deterioros forjados a la oscuridad de una mafia del poder bien aceitada para hacer de la vida pública el espacio para privilegiar las vidas privadas de quienes acudieron prestos a ser, porque lo merecían, los garantes de la burla a las posibilidades de un Veracruz mejor.

Los complejos problemas, que no son nuevos ni producto de la chistera de un mago, siempre formaron parte del debate de la oposición que ahora es gobierno, que por lo menos en 18 años reclamaron la posibilidad de solucionarlos, de enfrentarlos a partir de su conocimiento y de la capacidad de ofrecer soluciones y buenos resultados en tiempos reducidos, casi mágicos. Sin embargo todo parece indicar que la realidad los tomó por sorpresa.

El “paseo por las nubes” que les significaría tomar las riendas de la transformación a la cual todos aspiramos, no está resultando tan placentero. Los desafíos por enfrentar y los compromisos por cumplir han sido encargados a algunos personajes que, mareados en los nuevos cargos, en lugar de dar soluciones, buscan esconderse en el discurso que cada vez se agota más, que todo es culpa de lo que les dejaron, incluido el personal de sus oficinas.

Los asuntos de por sí complejos, se vuelven más cuando se ha hecho evidente que en muchas áreas no se tienen ideas precisas de cómo enfrentarlos, cuando se pasea la soberbia y la incapacidad antes que la prudencia y la búsqueda de los mejores quehaceres institucionales. Así, las posibilidades para responder se reducen hasta casi desaparecer.

Son ya seis meses. La curva de aprendizaje está terminando. De ahora en adelante solo tendrían que darse las soluciones o asumirse los errores. Sería momento de abrir la puerta a la sensatez y a la humildad, a la autocrítica, para recomponer los andares inciertos, las caídas. Muchos pensamos que efectivamente la complejidad obliga a entender que las soluciones no son fáciles ni de corto tiempo, pero la camisa de fuerza para responder con eficacia fue autoimpuesta y con ello la exigencia es mayor.

Para empezar a resolver nuestros quebrantos ya no es conveniente insistir en responsabilizar al pasado.  Asumirse diferentes implica romper realmente con los oprobiosos comportamientos de soberbia, desdén, arbitrariedad y cerrazón de esa clase de funcionarios y políticos que causaron tanto daño, pero que se supone ya se fueron.

Hacemos votos por que se logre dar la transformación ofrecida y esperada, pero no se dará si no se asumen los errores y se actúa en consecuencia ante la dura realidad que nos golpea día con día.

DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA

Ignorancia o estupidez. La inversión en medio ambiente es tan exigua, que denota el ofensivo desinterés gubernamental para un tema de vida o muerte.

 

 

 

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