Especial

ORESUND

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13 de septiembre 2019 viernes

En la calurosa noche, parece que todo es prisa; La emoción ahoga a mi hermana y casi ya tiene todo listo para emprender la salida. Cecilia, más calmada, se entretiene leyendo el itinerario que desde tiempo atrás han preparado. Pasaportes, visas y confirmado el check-in de vuelo. El taxi, antes contratado, llega con puntualidad coatepecana, y suben equipaje pues en Caxa el reluciente GL las espera. Deben estar en el Benito Juárez al amanecer. Han pasado dos semanas y el día de hoy, con desasosiego recibo la cuarta misiva. Como en las anteriores, me dispongo a disfrutarla y con el permiso de ustedes, con mucho gusto, se las comparto:   

Finalmente vimos de cerca ese portento de ciencia y tecnología que une Dinamarca con Suecia y que a decir de los expertos cambió por completo la geografía del mundo: el puente Oresundsbroen (en danés) o Oresund (en sueco). Se inauguró en mayo del 2000 y desde esa fecha se estima que son 60 mil los usuarios que van y vienen cada día.

Desde el aire parece una larga serpiente luminosa que se proyecta entre el cielo y el mar deslizando su cola hasta perderse en el horizonte. Y en la otra punta —la que ves de más cerca—  la línea de luces brillantes sorpresivamente desaparece en medio de las olas, como si el agua deglutiera su cabeza, dejando colinas de espuma blanca en la superficie. La noche oscura cae lentamente.

Ya de cerca es otro el paisaje, pilares y cables gigantescos se alargan encima del agua para dar paso a trenes, autobuses y coches a través de dieciséis kilómetros. Y nos damos cuenta que lo que se tragó la cabeza de la serpiente es un túnel —que llega a la orilla— que pasa por abajo del mar pues los barcos reclaman también su derecho de paso. Maravillas de la ingeniería moderna que magia pareciera.

Con su infalible memoria Cecilia recordó la exaltación que sentía cuando con cuatro o cinco años sus papás la despertaban al entrar al puente de Tampico —nuestro orgullo mexicano— Esta vez no fue distinto, sus voces de admiración y contento se alzaron con el mismo alboroto.

Mi emoción era también total.

El autobús hizo 25 minutos a Malmo. La ciudad sueca es pequeña pero bastante activa, el centro es exclusivo para peatones; edificios, monumentos e iglesias son dignos de admirarse. Mi secreto deseo era ver en alguna de las esquinas al inefable Kurt Wallander, saludarlo y manifestarle mi admiración por su perspicacia para resolver esos casos policiacos que parecían imposibles; pero no tuve suerte, parece que desapareció sin dejar rastro. Mi tristeza es que Henning Mankell, su creador —infatigable escritor— jamás podrá volver a contarnos sus hazañas, murió en Estocolmo y sus lectores mucho le lloramos. Total, que uno viene a estas tierras a tratar de descubrir su literatura y su poesía y no siempre lo consigue. Un abrazo y nos veremos pronto.

Amigos, dicen que debemos construir puentes, puentes de amor, de confianza, tan largos como el Oresund, para unir los corazones. El viaje continúa y las viajeras no se cansan.

¡Ánimo ingao..!

Con el respeto de siempre Julio Contreras Díaz

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