PARA RECORDAR
PARA RECORDAR
Por René Sánchez García
Dicen que sucedió aquí
en Coatepec, allá por los inicios cincuenta del siglo pasado. Muchos sabrán aun
que, en la esquina de la calle de Hidalgo y Aldama, donde hoy es un hotel muy
prestigiado, donde por cierto una vez se hospedó el famoso escritor Carlos
Fuentes, autor de Aura, allí vivió su propietario, un hombre viejo y flaco vestido
de negro que se llamó Don Julián López.
Este hombre gustaba
hacer bromas pesadas y hoy les relato una de ellas. Sucedió que muy temprano
habló dicho señor López al encargado de un supuesto puesto de bomberos, que se
localizaba en el portón de lo que fue Teléfonos de México y hoy es un estacionamiento
vehicular, plaza comercial y restaurante conocido como “La Finca Andrade”, para
decirle que había un incendio devastador en la iglesia de Guadalupe.
El soñador de bombero
(dicen que ninguna autoridad lo ayudaba como sucede hoy en día) de inmediato se
puso como loco a llenar el tanque de agua de su viejo camión, colocar a los
lados las escaleras, así como las palas y los picos, sin olvidar las riatas de
ixtle.
Le costó varios minutos
encender y arrancar si viejo camión de redilas adaptados para estas emergencias
y salió disparado para apaciguar el fuego que consumía dicho templo religioso.
Dicen que en sentido
contrario manejó veloz por dicha calle de Aldama, haciendo sonar una campana de
bronce que traía su viejo camión para abrir paso, tal y como sucede en estas
emergencias. Al fin llegó al lugar indicado y de inmediato entró al atrio
tocando puertas y ventanas, hasta lograr despertar al sacerdote en turno. El
soñador de bombero le pidió al religioso le indicara el lugar exacto del
incendio o de las llamas, no las del infierno, sino las que venía a apagar.
El religioso se le
quedó mirando fijamente al agitado bombero y con esa dulzura que suelen tener y
le dijo que se calmara, que todo estaba bien y le recordó que era 28 de
diciembre y se festejaba a los Santos Inocentes y que alguien malo le había
jugado una broma. Exactamente en contra esquina, Don Julián López, (que ojalá
en paz descanse) se moría de la risa. Bueno, más o menos así dicen que
sucedieron las cosas esa mañana.